jueves, 1 de marzo de 2012

LA HABANA (1ª parte)

En marzo de 1952 realicé mi primer viaje fuera de Venezuela, desde nuestra llegada a este país en 1939. La idea era ir a Ciudad de México, pasarme allí un mes y conocer a Marta, con la que mantenía una relación por correspondencia desde hacía meses y había visto solo en fotografía. La chica escribía muy bien y parecía que teníamos las mismas aficiones. Una amiga de Baruta, Julia, había sido  compañera de curso de Marta en un colegio de Boston y, por lo visto, le había enseñado una foto mía y animado a que me escribiera. Esto lo descubrí posteriormente cuando Julia, me lo contó, agregando que Marta pertenecía a una familia muy acomodada de Mexico.

A mis 26 años y con casi diez de servicios en la Compañía Shell,  me pareció oportuno darme un buen garbeo por el norte y pasarme unos días con la bella Marta. Una vez tomada la decisión, encargué a una Agencia de Viajes que me preparara todos los papeles , saqué unos ahorros que tenía y embarqué en un Superconstellation de la Aeroportal Venezolana con destino a Ciudad de México.

El vuelo hacía escala en La Habana y la Agencia de Viajes me había recomendado pasarme un par de días en esa ciudad y proseguir luego con el vuelo La Habana/México.

Aterrizamos en Rancho Boyeros, aeropuerto de La Habana y, al pasar por el control de pasaportes, el funcionario me pide los papeles. Le entrego una carpeta con todo lo que me había dado la Agencia de Viajes y el fulano, después de mirar todos los documentos, me dice:

-Falta el permiso de entrada en Cuba.

-¿Cómo? Aquí está el sello de la embajada de Cuba en Caracas, le contesto.

-Me refiero a la carta solicitando la entrada en el país que debe enviarse a Gobernación.

Empiezo a ponerme nervioso y, tomando la carpeta busco en la carpeta, con cierto temblor de manos y no consigo encontrar el susodicho papel entre los muchos que contenía. Conozco las relaciones tirantes entre el gobierno de Pérez Jiménez y las autoridades cubanas, pero yo viajo con pasaporte español.

-Tendrá Ud. que acompañarnos al Ministerio para aclarar el caso.

En un autobús de la policía, junto a otros indocumentados, me trasladan a las dependencias oficiales, donde hay poca gente, por ser sábado, y allí me hacen esperar dos horas, hasta que aparece un funcionario agitando un papel:

-¡Aquí está su permiso, caballero!

Resulta que lo habían tramitado por telegrama, lo que era , por lo visto,  poco usual.

Por allí encuentro un taxi y le pido que me lleve al hotel que me había recomendado la Agencia de Viajes.

-Perdone, caballero, pero no creo que ese hotel le vaya a gustar. Le pasaré por delante para que lo vea, pero se trata de un “matadero”, me dice el taxista.

Efectivamente, el hotel recomendado tiene muy mala pinta, así que le pido  que me lleve al Hotel Malecón, que me ha sugerido y que resulta  aceptable. En cuanto me instalo adecuadamente, salgo a dar una vuelta por los alrededores para valorar el panorama. Pronto me asombro de la cantidad de mujeres guapas que circulan por la calle, contoneando sus cuerpos como si se tratara de las rumberas que tanto he admirado en el cine. Como se ha hecho de noche y no quiero sufrir una tortícolis, regreso al hotel.

Tiene un restaurante al aire libre y enseguida me atiende un camarero que resulta ser asturiano y con veinte años de residencia en La Habana. Mientras ceno el hombre se entera del motivo de mi viaje.

-Si quiere Ud mi opinión, yo no perdería el tiempo en México. La Habana y sus alrededores son realmente dignos de disfrutarse y más ahora que estamos en plenas Octavitas de Carnaval.

Le agradezco la sugerencia pero le digo que tengo un propósito romántico para mi viaje a México, aunque me gustaría aprovechar bien mi visita a Cuba.

-Pues le voy a recomendar que utilice uno de nuestros guías. Por un precio razonable lo llevan a Ud. a buenos sitios y lo recogen para volver al hotel. No tiene Ud. que preocuparse por nada y puede tomarse unas copas de más, si le apetece, que el guía lo traerá al hotel sin ningún problema.

Aceptada la proposición, el asturiano me presentó a Pedro Volta, un típico cubano, hablador y con  gran sentido del humor, que me tranquiliza sobre sus honorarios:

-Solo le cobraré lo que marque el taxímetro de mi Buick.

El Buick Super de Volta (tengo que comprarme uno igual)

Al rato salimos en dirección a Rancho Boyeros donde se encontraba  Casa Marina, lugar recomendado por Volta para buscar una acompañante.

Casa Marina era un lugar enorme, parecido a los clubs de alterne que abundan en España, pero tamaño king size. Volta me presenta a Marina, una mulata oronda de más o menos 50 años (una anciana, vamos), que me dice:

-¿Cuáles son sus gustos, caballero? Aquí tenemos muchas nacionalidades y razas.

-Pues me gustan delgadas y blancas, con perdón,  le contesto.

Enseguida me coloca en una de las mesas del local, pido un Old Parr con soda y empiezan a aparecer una serie de chicas tan agraciadas que me resulta harto difícil escoger una. Finalmente me decido por una cubanita llamada Carmen, que se sienta conmigo inmediatamente.

-¿A dónde podemos ir a bailar un rato? Le pregunto.

-El mejor club, Tropicana, está cerrado por reformas. Pero está el Sans Souci, que es muy bueno.

El casino-club Sans Souci

Pues nada, que llamo a Volta y nos lleva al club Sans Souci como de rayo y me encuentro ante un local magnífico, donde hay una zona de ruletas y otros jueguitos (que no me apetecen). Nos sentamos en la sala de baile, al aire libre, y Pedro Volta me indica que estará en una zona reservada a los choferes para cuando lo necesite.

La parte fetén de la foto ha desaparecido misteriosamente. Lo siento.

Empieza la orquesta a tocar el famoso SUN SUN BABAE y me sumerjo con la Carmen en la pista de baile, por cierto, llena de turistas americanos.

Sun Sun Sun, sun sun babae
Pájaro lindo de la madrugá




La chica baila de maravilla, parece una pluma en mis brazos. Yo hago uso de mis conocimientos del baile cubano, que no son pocos. Cuando descansa la orquesta, volvemos a nuestra mesa, donde nos esperan el whisky con soda para mí y una botella de Tres Cepas, la bebida favorita de estas gentes. El sistema de dejar las botellas en la mesa, para que uno mismo se sirva y cobrar al final según haya mermado la botella, nunca lo había visto y me gusta.

Creo que son las tres  de la madrugada cuando resolvemos marcharnos a un lugar más apropiado para lo que se presiente…

Por supuesto, Volta sabe el lugar adecuado para terminar la noche y allí nos lleva. Es un hotel en las afueras de La Habana, bastante majo y perfecto para la tarea. Se despide el guía, no sin antes dejarme su teléfono para llamarle cuando decida volver a mi hotel.

Ya ha amanecido cuando llamo a Volta, me despido de Carmen y me acuesto en mi habitación del Hotel Malecón. Volta me ha recomendado que me alimente bien pues esta noche vamos a repetir.

8 comentarios:

  1. JODÓ don Bwana, cómo se lo montaba a los 26 añitos por aquella Habana de juerguistas gringos.

    Lo del permiso de entrada es una cabronada y eso que aún no habían llegado los barbudos. Imagino que estaría el Batista.

    Aquellos Buick eran espectaculares. La época dorada de los automoviles yankees. En la Habana aún circulan los mismos que entonces.

    Bueno ¿y que ha sido de la pobre Matilde y su guardia de Corps? ¿Ya la ha olvidado?

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    1. El Batista aún no mandaba cuando llegué, pero se apresuró a dar un golpe de estado enseguida, aprovechando mi visita.
      A Matilde la olvidé rápidamente como consecuencia de los próximos acontecimientos. Los amores a distancia tienen ese inconveniente.

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  2. Yo me apunto a una nochecita de esas YA... y me quedo con el Buick.

    Me alegro de que le retuviesen, piense que sin ese punto de suspense la historia habría sido diferente.

    ¡¡¡ de fiesta con corbata !!!, es Vd. un gentlemen Bwana.

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    1. Tiene Vd. buen gusto. Ya le enseñaré el Buick que me compré poco después.
      Gracias, ¿ha notado que la corbata, como mandan los cánones, es más oscura que el traje?

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  3. Señor Bwana,me ha puesto usted los dientes largos.

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    1. No viera cómo tengo yo los dientes, pensando en que no puedo repetir.

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  4. JiJiJi que pillín Don Bwana. Pero bueno es que usted siempre viajaba con su cámara de fotos. Siempre me sorprende con las imágenes y el relato, claro, causa un poco de envidia cochina, jajaja.
    Saluditos.

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  5. Es una lástima que no existieran esos adminículos de hoy día. Podría haber hecho un reportaje bastante mejor y con más "santos".Menos mal que siempre había algún fan de la Leica por los alrededores.
    Saludos

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