jueves, 31 de mayo de 2012

DE NEW ORLEANS A BENISSA

Tras un desayuno reconfortante en el hotel, me dirijo al Convention Center donde mi hija Maite es una de las conferenciantes.

El Convention Center de New Orleans

Me han dado un pase para que circule por el Congreso. Espero que no me hagan alguna pregunta o me inviten a participar porque no tengo ni idea de lo que están hablando:



El auditorio donde va a hablar mi hija es de dimensiones gigantescas, como todo lo que se ve en este país. La charla resulta incomprensible para mis escasos conocimientos de medicina, pero me asombra su dominio del inglés. Mi orgullo de padre llega al máximo cuando escucho los aplausos que culminan su intervención. Luego vienen las felicitaciones que sus colegas hacen extensivas hacia mi persona, por ser el padre de la criatura.

Auditorio del Convention Center, al que llaman "the arena"

Por la noche me han invitado a una cena a la que acuden numerosos médicos españoles que se van acercando a nuestra mesa para saludarnos. Una banda de jazz va pasando entre las mesas metiendo ruido y con su característico "pasito eché".

Despues empiezan a servirnos la cena unos negros gordísimos que sospecho son los mismos que hacían de músicos y ahora son camareros. La cena empieza con unas hojas crudas de espinaca, pues estos americanos han cogido la manía de comerse las veduras crudas, lo que me produce complejo de vaca. Al terminar la cena se van formando grupos para contiuar la movida y yo, consecuente con mi edad, vuelvo al hotel para seguir disfrutando de mi jetlag.

Por la mañana salgo a dar una vuelta por los alrededores para admirar las todavía existentes casas coloniales francesas y los preciosos  balcones de hierro forjado, que podemos admirar a continuación:





Por la tarde di un paseo con mi hija y su colega Eva en uno de los clásicos  barquitos del siglo XIX que recorren  el Mississipi

El "Cajun Queen"
Me ha desilusionado algo el barco pues era a hélice

Yo quería uno de éstos, con rueda a paletas

Más tarde salimos a dar una vuelta por la famosa  Canal Street, a pesar de las advertencias. La calle es larguísima y a medida que se va subiendo aumenta el porcentaje de negros. Resolvemos dar por finalizado  el paseo  y volver,  cuando nos damos cuenta de que somos los únicos rostros pálidos en la calle.

El domingo 15 salgo por AA hacia Miami después de pasar por por la caja del hotel donde me dejan temblando con la cuenta. Además del "tax" que cargan en todos los sitios, me han calado una "tasa por ocupación" de lo más curiosa.
Antes de marcharme de New Orleans, me he despachado docena y media  de ostras en una especie de tasca al lado del hotel, donde siempre me llamaba la atención la habilidad y rapidez de un abridor de ostras que demostraba su técnica a la vista del público:


Estaban francamente deliciosas

Al entregar el equipaje en el aeropuerto,  un funcionario muy amable, que habla español, me sugiere facturar el equipaje directamente desde New Orleans hasta Alicante, que acepto no sin cierto mosqueo. El sujeto me ha confundido con uno de los oftalmólogos de la conferencia y tengo que darle algunos consejos sobre su afección de retina.

Transportado felizmente y sin tornado, a Miami, me están esperando en el aeropuerto Cristina y su futuro marido. Una pareja amabilísima con la que da gusto mantener una conversación. Cenamos en una cafetería que abre las 24 horas y donde disfruto de unos langostinos cocidos excelentes. La ración es típica del país y sólo la gula me permite dar buena cuenta del manjar.

En esta ocasión mi sobrina  María Luisa no está en Miami y, en lugar de reservarme hotel, me llevan a su casa donde mi sobrina me ha cedido su habitación.

De nuevo Cristina me traslada al aeropuerto y le doy las gracias por tanta amabilidad. La hospitalidad ha sido inmejorable.

Salgo de Miami en otro Jumbo de Iberia, totalmente lleno, aunque esta vez he conseguido un asiento mucho mejor. Hay pasajeros que se quejan de no poder colocar sus piernas y las azafatas los cambian a la zona de pasillos para que las doblen hacia el exterior. Yo mismo, que no puedo presumir de estatura, tengo que encogerme para más o menos situarme en mi parcela. Tengo de vecina a Rigoberta Menchu o similar, que invade mi espaco con sus pies desnudos. He comprado un collarín y consigo dormir un buen rato, una vez descubierto el complicado procedimiento para su inflado y después de soltar varias patadas a los pies de mi vecina.

Llegamos a Madrid a las 8 de la mañana y mi vuelo a Alicante está programado para las 11, así que compro el periódico y me disparo un desayuno decente mientras contemplo, con calma, a gente normal yendo de un lugar a otro.
Se me ocurre acercarme a la puerta de salida y encuentro a tres funcionarios de Iberia con un ataque de histeria. Parece que les falta un pasajero, que resulto ser yo mismo. Corro como un desesperado al avión, detrás de una azafata y me coloco en un asiento, no sin observar ciertas miradas asesinas que me dirigen los escasos pasajeros que, por lo visto, llevan media hora esperando. Recuperado el aliento le enseño mi billete a la azafata para que me explique por qué sale el vuelo una hora antes, pero no me hace el menor caso. Desisto del asunto y me sumo en una profunda reflexión sobre los misterios del tráfico aéreo.

Como temía, mi maleta no aparece en Alicante y armo el consiguiente zapitoste en Iberia. Al día siguiente me telefonean a Benissa avisándome de la aparición de la maleta, pero que no me la envían a casa, como prometían, porque los aduaneros quieren que la abra. Trasladado de nuevo a Alicante, me entregan la maleta sin inspección alguna y puedo recuperar 50 $ que me abona Iberia por las molestias ocasionadas. Algo es algo.    

He necesitado dos semanas para volver a la normalidad en lo que a sueño se refiere y puedo, ahora, analizar las experiencias vividas.

Me han llamado la atención algunas cosas en este breve recorrido por el sur de los EEUU:

Entiendo mejor el inglés americano que el auténtico british.
La televisión se escucha y se ve maravillosamente bien, aunque abusan de la publicidad.
Esta gente tiene un grave problema con la obesidad.
Los helados son empalagosos, aunque las variedades son infinitas.
En los aeropuertos existe el mismo desprecio hacia los reglamentos y los horarios que en España.
El respeto a los viandantes por parte de los conductores es exquisito.
En Nueva Orleans he visto a todo el mundo comiendo o bebiendo mientras caminan por la calle.
Los papeles Kleenex y de baño son de una calidad extraordinaria. No entiendo por qué la misma marca, en España, produce productos tan inferiores.
Es curioso que los semáforos estén colocados 20 metros después de la raya donde deben parar.
Los coches llevan las luces encendidas durante el día (ya lo copiaremos aquí tarde o temprano).
No he visto a ningún WASP (*) por las zonas visitadas. Me dicen que están en el norte.
Ni en España ni en los USA me han puesto los clásicos sellos en el pasaporte, que antes permitían fardar de viajes.



(*) WASP=blanco, anglosajón protestante=americano fetén

miércoles, 30 de mayo de 2012

DE MIAMI A NEW ORLEANS

Mi sobrina María Luisa me ha llevado a un "Moll", que es como llaman aquí a nuestras "grandes superficies". Es donde se concentran todo tipo de tiendas y supermercados, lo que me aclara por qué no vi ningún tipo de negocio para el público por las calles de Miami.

Comemos en un restaurante cuyo nombre he visto desde la ventana de mi habitación y que luce un estimulante título: "The red crab". Sirven unas raciones de cangrejo espectaculares, pero con escaso sabor.

Después de la siesta, que no perdono ni en los USA, María Luisa me lleva a conocer su casa, que me recuerda a las que se ven en las películas americanas, con sus aceras de cesped, muchos árboles perfectamente alineados y un gran confort en el interior de la vivienda. Son tres personas de familia, cada uno con su correspondiente coche, su teléfono y su computador.
 
Las atenciones de mi sobrina y de su encantadora hija Cristina han sido estupendas. El miércoles 10 Cristina me lleva al aeropuerto para que pille el avión de American Airlines a New Orleans. 

Mientras espero la salida de mi vuelo, se me ocurre que estos yankees no suministran ningún alimento durante el vuelo, a pesar de que sale a la una de la tarde, así que me disparo una ración de pizza y una coca cola pequeña en una cafetería del aeropuerto. La pizza tiene medio kilo  de queso y la coca cola es como de a litro.. No puedo terminar con ninguna de las dos.



La salida del vuelo se retrasa una hora debido al mal tiempo, según nos indican muy amablemente. Al final se deciden a despegar y, al rato, nos encontramos con una tormenta de mucho cuidado. El capitán nos tranquiliza diciendo que está buscando un hueco entre las nubes y que espera aterrizar pronto  en nuestro destino. El aparato se mueve como una coctelera y las nubes son cada vez más negras. Pienso que me ha llegado la hora y me consuelo recordando que he pagado el billete con la Visa y que, en caso de terminar la cosa como estoy temiendo, al menos le caerán cien millones a Maite.

Una hora después de sobrevolar el tornado (si, era un tornado fetén), el piloto consigue colar el avión por un huequecito, dejándonos sanos y salvos en el aeropuerto de New Orleans.

Finalmente estoy en la cuna del Jazz y me dirijo al hotel Royal Sonesta, donde mi hija me ha reservado habitación.


Hotel Royal Sonesta

El hotel está estratégicamente situado en Bourbon Street, en pleno corazón del barrio francés donde la animación y la movida son permanentes. Salen ritmos de jazz por los numerosos locales que proliferan por toda la calle y aledaños. Gentes de múltiples razas y extrañas vestimentas pululan por la zona, comiendo y bebiendo en enormes vasos de cartón. Negros gordísimos bailan por la calle al ritmo ensordecedor de tambores, trompetas y baterías, seguidos por grupos de turistas que bailan al son que les tocan.
La calle es peatonal de 8 de la noche a 6 de la mañana y facilita que la pachanga sea permanente.




Mi habitación está totalmente insonorizada y no voy a tener problema para dormir. La enorme cama king size ocupa casi todo el espacio e invita a un descanso placentero. Mide cuatro metros de anchura y tres en canal.

Nos ha invitado a cenar Pepe, mi ex yerno, a Maite y a su colega Eva en el "Antoine", uno de los más famosos restaurantes del lugar, cuyo cartel puede verse en la siguiente foto:


Después de cenar salimos a recorrer Bourbon Street y nos vamos encontrando a varios grupos de médicos españoles que asisten al Congreso y que se encuentran aquí como pez en el agua. Maite y Eva se unen a uno de esos grupos y yo decido irme a dormir ya que el "jetlag" está haciendo mella en mi anatomía.

Como mi organismo sigue despistado con el cambio de horario, a las cuatro de la madrugada estoy totalmente despierto. Acudo al recurso de la televisión y me encuentro con noticias alarmantes: los americanos están enviando fuerzas militares al Golfo Pérsico y se disponen a bombardear Irak. Parece que nos encontramos en situación parecida a 1991 y no termino de comprender para qué sirvió esa guerra. Ya veremos.

Mañana es el gran día de la conferencia en el Convention Center.

martes, 29 de mayo de 2012

SEVILLA

Repuesto de mi agradable visita a Sevilla, me reintegro a mi posición de bloguero empedernido. Antes de continuar con los asuntos del Baúl, contaré algunas cosas que me llamaron la atención en esa maravillosa ciudad.

1) Animación en las terrazas a las 11 horas del viernes 25. Mayoría de personal indígena. No es feriado, por lo que me dicen, pero mucha gente está ocupada con el asunto del Rocío.


2) Depósitos de basura
    Aunque lo parezca no estoy acompañado por dos extraterrestres. Se trata de los impresionantes depósitos de basura que se encuentran en las calles de Sevilla. Nada de esas antiestéticas cajas de colores que se ven en Madrid.



3) La moral de los filatélicos
Lo deben de tener crudo con tanto Email y maquinitas de franqueo, pero hay muchas Filatelias en funcionamiento. A eso le llamo yo moral. Yo también era aficionado a los sellos, pero hace cinco años que no recibo una carta con el clásico aditamento tan apreciado en el pasado.


4) Comida
     He comido muy bien en un sitio muy agradable: taberna poncio. Lo recomiendo.

Por lo demás, Sevilla sigue siendo una ciudad monumental que merece echarle un vistazo de vez en cuando. Esta vez  he visitado el Archivo de Indias pero no he encontrado lo que buscaba.


PS: Olvidaba decir que el AVE sigue siendo muy cómodo, a pesar de los fanáticos del teléfono móvil. Es impresionante la rapidez con que las ejecutivas-ejecutoras abren sus PC antes de que el tren haya salido de la estación. La que me correspondió en el asiento posterior,  inició una conversación a las 9 de la mañana, hora de salida de Madrid y se pasó todo el viaje explicando a sus empleadas cómo tenían que conectar los cables del ordenador que, por lo visto, estaban enredados. Ignoro si se arregló el estropicio porque llegamos a Sevilla y continuaba con el mismo tema (muy instructivo, por lo demás)..

miércoles, 23 de mayo de 2012

PERMISO PARA IR A SEVILLA



Para ordenar algo mis recuerdos, que se hacen más vagos a medida que me acerco a la actualidad, voy a pasarme unos días al calorcito de Sevilla, con el permiso de vuesas mercedes. Estoy hasta las narices de los cambios de temperatura en Madriz.
Volveré pronto, no angustiarse, por favor.

martes, 22 de mayo de 2012

VOLANDO A MIAMI

El 8 de noviembre de 1998 me encuentro en la zona de espera de la puerta A12 del terminal de Barajas. Son las 11 de la mañana y el vuelo 6123 de Iberia tiene la salida programada a las 12. No quiero perderme una presentación que va a hacer mi hija Maite en un congreso médico que se celebrará en Nueva Orleans, USA. Mi hija se ha doctorado en la Complutense de Madrid y ha superado mi modesta licenciatura, aunque en Venezuela me llamaran Doctor, como acostumbraban con todo graduado universitario. En una ocasión, cuando buscaba un limpiabotas  por la plaza Bolívar, me dice uno de éllos. "¿Limpia, doctor?. Le digo que sí y le pregunto:
"¿Cómo sabe Vd. que soy doctor?"
"Es que aquí llamamos doctor a cualquier pendejo", fue su drástica respuesta.

Estoy levantado desde las cuatro de la madrugada para poder estar en Alicante a las siete menos cuarto, una hora antes de que salga mi avión a Madrid. He tenido un sobresalto al llegar al aeropuerto de El Altet, pues no encuentro mi portafolios con toda la documentación del viaje. Después de intensa y acalorada búsqueda, aparece dentro del coche, entre la puerta delantera y el asiento. Llegamos a Barajas a las 9 y media, por lo que me temo una larga y aburrida espera hasta tomar el vuelo a Miami y conectar con otro a New Orleans, aunque buen tiempo lo paso recorriendo los kilómetros de pasillos dentro del aeropuerto. ¿Por qué diablos lo desembarcarán a uno en el extremo opuesto a donde va?


La sala de espera en que me encuentro es un hervidero humano. Deben haber más de doscientas personas, de variado aspecto y nacionalidad predominantemente centroamericana. A las 12 menos cuarto decido acercarme a la puerta de salida donde reluce una pantalla de televisión con el aviso "Iberia 6123 a Miami".


Me coloco lo más cerca posible, aunque detrás de una de las pobladas colas que se han formado. Hay mucha gente de Guatemala con montones de bolsas de mano, fardos cerrados con cinta adhesiva y bolsas del Corte Inglés. Me temo que estoy haciendo el ridículo con mi maletín de mano reglamentario (128 cm de envergadura, según exige IATA).

¡La pantalla ha cambiado! En lugar de mi vuelo aparece:
"Iberia 6145 a Managua"

Cinco minutos después vuelve a cambiar:
"Iberia 6138 a Cancún"

Y de nuevo, cambio:
"American Airlines 524 a Miami"

De pronto puede leerse:
"Iberia 6222 a Tegucigalpa"

Así hasta seis vuelos diferentes. Empiezo a ponerme nervioso cuando, ¡albricias!, vuelve a salir mi vuelo 6123 en la pantalla. Pronto la alegría se termina, pues volvemos otra vez al desfile de los otros vuelos. Me pregunto, ¿cómo van a distinguir a los paajeros de tantos vuelos saliendo por la misma puerta?
Transcurren los minutos y funcionarios de Iberia con teléfonos portátiles vienen y van. Nadie sabe nada y me pregunto si estoy en Madrid o esto es el aeropuerto de Burundi.

Por los altavoces se escuchan llamadas para otros vuelos:
       "Pasajeros del vuelo Iberia 4178 a Buenos Aires, embarquen por la puerta A7"
       "Pasajeros del vuelo American 421 a Nueva York, embarquen por la puerta A8"

Por más que aguzo el oído, no capto ni una palabra de mi olvidado vuelo 6123. Es la 1 y media de la tarde y la confusión se hace cada vez más aguda frente a la puerta A12.




De pronto noto ciertos movimientos extraños y me dirijo rápidamente hacia la puerta, ganando por varios cuerpos a los centroamericanos, que casi no pueden con los equipajes "de mano". Los empleados de Iberia no dicen ni pío y logro entrar en el avión. Se trata de un Jumbo y consigo ubicarme en mi asiento 58 que, por cierto, es el penúltimo de la cola (donde no suele llegar la prensa). Me extraña ver a tanta gente volando a Miami hasta que comprendo el viejo truco de Iberia:  todos aquellos vuelos que aparecían en pantalla los han colado en mi avión. En otras palabras, "vuelo" no es igual a "avión". De pronto me asalta una terrible duda y le pregunto a la azafata:
"¿A dónde va este avión?ª
"Primero vamos directo a Miami, luego a otros destinos".
Más tranquilo observo a mi alrededor. Estoy rodeado de gente griposa, sobre todo mi vecino, un holandés que viaja a Honduras para un reportaje de la TV de Amsterdam, que no para de sonarse los mocos. Para espantar las bacterias, dirijo el ventilador sobre mi cabeza, confiando en esparcirla hacia otras zonas del avión que, por cierto, está absolutamente lleno. 

Por los altavoces se escucha la clásica advertencia:
"Coloquen su equipaje de mano bajo el asiento delantero, por seguridad no introduzcan bultos en los compartimientos superiores"-

Es la mayor estupidez que pueda imaginarse. Nadie hace el menor caso, por supuesto, ya que no hay forma humana de situar los enormes paquetes bajo el asiento, así que los van metiendo a empujones en los sitios prohibidos. ¿Por qué no se aplica la ley y se obliga a facturar todo lo que no sea, realmente, "de mano"? Por cierto, este problema no es exclusivo de Iberia pues lo mismo observé en el vuelo Miami-New Orleans por American.

A las dos y media de la tarde nos comunican que emprendemos vuelo. Parece que los pasajeros han terminado su lucha por el espacio de sus equipajes. Con el avión hasta los topes y con el tonelaje que meten estas gentes donde no está permitido, no se si podremos despegar. Menos mal que es un Jumbo, aunque tiene que usar toda la pista nueva de Barajas para levantar vuelo, pero ya estamos en el aire. Nos espera la friolera de 9 horas de viaje, apretados como sardinas en lata. La visita al urinario es una verdadera odisea y por ciertos aromas que se pueden olfatear, me da la impresión de que algunos están usando las bolsas para mareos como lugar de destino de sus sobrantes.

Después del ridículo almuerzo, trato de echar una siesta, pretensión irrealizable por la estrechez de espacio y por el alboroto que impera en el avión debido al trasiego de pasajeros que han venido en grupo, pero los han ubicado en asientos lejanos. Tampoco puedo ver la película que, desde mi apartado asiento, tiene el tamaño de una caja de cerillas. Además no consigo poner los auriculares en funcionamiento.

Me dedico a observar a las azafatas, que son las mismas que admiraba cuando viajaba a menudo, allá por los años setenta. Tienen veintipico años más  y su belleza ha sido sustituída por las arrugas, a la vez que su característica simpatía se ha reducido al mínimo.

A las 11 y media de la noche, hora española, aterrizamos felizmente en Miami. Son las cinco y media de la tarde aquí y me preocupa que mi sobrina María Luisa lleve esperando tantas horas. Después de recorrer unos cuantos kilómetros por los pasillos del aeropuerto (¡qué manía, nos han vuelto a soltar en el extremo opuesto!), encuentro unos agente de policía y aduanas, muy simpáticos, todos hispanos, que me van indicando el camino hacia mi destino. Además han sido tan amables de explicarme que los antiguos "Men room" (servicios) llevan ahora el nombre de "Rest room". (Ya estaba yo apuradillo, por cierto)


Mi sobrina me está esperando, con toda la paciencia de Job y me lleva al hotel AmeriSuits donde me ha reservado habitación  para las noches del 8 y 9, tiempo previsto para recuperarme antes de retomar el vuelo a New Orleans. Llevo casi 20 horas moviendo el esqueleto y, aunque el espíritu no decae, el cuerpo me pide un receso. La habitación del hotel es modesta pero muy amplia, con tres ambientes que incluyen cocina, nevera, salón y una comodísima cama donde caigo con alivio en un sueño reparador hasta las 8 de la mañana, hora española. Pero por aquí todavía andan por las dos de la madrugada, así que me preparo mi clásico nescafé que, precavidamente, siempre llevo en la maleta y me dispongo a disfrutar de una larga sesión de TV hispana desde la cama.


A las 6 se puede desayunar y bajo al comedor para encontrarme con una serie de apetitosos manjares que no saben a nada. He quedado con María Luisa para que me recoja su hija Cristina a las 11 para llevarme a dar unas vueltas por la ciudad, así que salgo del hotel a dar un paseo por los alrededores. Pronto me percato de que estoy "en the middle of nowhere" (en mitad de ningún sitio)  pues no hay más que autopistas, coches, almacenes y muchos jardines. Todo precioso pero muy aburrido, por lo que resuevo volver a mi TV y disfrutar de la interminable propaganda hasta que me recoge Cristina y me deja cerca del Bco. de Santander, donde trabaja mi sobrina. Doy un paseo por los alrededores con la pretensión de admirar los escaparates de las tiendas que deben haber por aquí, sin duda, pero no veo ni una, por lo que vuelvo al sitio donde he quedado con María Luisa. Mientras espero a mi sobrina observo unos movimientos extraños de personas que han salido del edificio y se sitúan detrás de árboles y columnas en actitud sospechosa. Finalmente comprendo que se trata de fumadores, especie despreciada en este país. Manía que, como tantas cosas, copiadas de los USA, se pondrá de moda en España años después.

He aprendido una lección con este viaje en la llamada clase turista que, en realidad, es tercera clase. Si no tengo dinero para pagarme un pasaje de 2ª (o business class), no haré más viajes.  Si vale el doble, pues muy sencillo, haré un viaje en vez de dos, pero no vuelvo a meterme en un batiburrillo de esa categoría. El viaje de vuelta será el último en 3ª.

lunes, 21 de mayo de 2012

LA VIDA SIGUE

La vida en Moraira transcurre con tranquilidad. Tenemos unos vecinos ingleses, aunque él es oriundo de Polonia, que viven permanentemente en un chalet contiguo al nuestro.  Los demás vecinos, alicantinos, sólo vienen los fines de semana pues tienen su domicilio en la cercana Benissa. Hasta cierto punto a mi me satisface la soledad, mientras que Maite prefiere tener gente con quien conversar (a mi ya me lleva oyendo 40 años) Como tiene un piso heredado en Bilbao, sugiere que lo vendamos y compremos algo en Benissa, a sólo 11 km de Moraira. Puesto que  nuestro nieto Pablo está a punto de terminar los dos años en el colegio de Moraira y no hay posibilidad de continuar los estudios aquí, parece que la idea de irnos a Benissa donde, además, trabaja su madre, se hace atractiva. Tampoco parece mala idea deshacerse de una propiedad en territorio sioux.

Benissa está muy bien comunicada con Alicante y Valencia, pues la carretera N-332 la cruza longitudinalmente y tiene al lado una conexión a la autopista AP-7. Me traslado a Bilbao en cuanto aparece un comprador y cerramos la operación sin demasiados problemas, comprando un magnífico piso en la plaza-parque de Benissa.

Vista de Benissa. Nuestro piso está en el edificio marcado con una X

En abril de 1994 hacemos la mudanza desde Moraira pensando en dejar el chalet para vacaciones y fines de semana,como hacen nuestros vecinos los Polo y mucha gente local, que tienen casa en pueblos importantes y una "casita" en la playa.

En Benissa todo está a mano y es facil encontrar  actividades culturales, de lo que presume, con razón, la gente del pueblo. Maite se apunta a la biblioteca pública, que está frente al piso y donde dispone de  las últimas ediciones de obras de actualidad sin tener que pagar un céntimo. A Pablo, después de inscribirlo en el colegio "12 de octubre", lo apuntamos también  en la escuela de música, esperando que pueda lograr lo que yo jamás conseguí: dominar el único lenguaje universal que existe. También se apunta a una escuela de tenis, por lo que tiene el tiempo bien empleado.

Por mi parte no he llegado a disfrutar del todo del ambiente local por la manía de meter ruido con cualquier excusa. Hay continuas fiestas con abundancia de pólvora que, muchas veces, me hace recordar episodios de la guerra civil, con la consecuente pesadilla. Los nativos encuentran un deleite patológico en la contemplación de hogueras, explosiones y, sobre todo, con el olor a pólvora. Los otorrinos deben de tener un gran negocio en esta comunidad.

Por otro lado, la situación de nuestro piso hace sumamente cómoda la compra y el viaje a Alicante, por la cercanía de la autopista y la proximidad del colegio de Pablo. Además existe un Instituto donde podrá continuar sus estudios cuando termina la primaria y están construyendo una extensión de la Universidad de Alicante en que se abrirán nuevos cursos.
En el pueblo  se celebran muchas fiestas, entre éllas un desfile de personal de todas las edades, vestidos con los trajes típicos del lugar y de etiqueta. Pablo se ha integrado totalmente  y aquí lo vemos, en compañía de Esther, una belleza local, en diversos momentos del desfile:

En traje de gala

Con la vestimenta típica local
Aprovechando la circunstancia

Entramos en una época de rutina y disfrute de nuestra vida sedentaria. Se acabaron los ajetreos anteriores y ahora puede uno concentrarse en lo que sucede en el mundo.
Por aquí la ETA sigue haciendo de las suyas, asesinando personas que no les caen en gracia o que pasaban por allí, donde habían puesto una bomba.
En Venezuela, desde donde sigo recibiendo noticias, el presidente Rafael Caldera ha tenido a bien indultar al golpista Chavez que estaba pasando una temporada en chirona.
En los Balcanes están, como acostumbran, pegándose tiros unos a los otros a base de bien. Los africanos continúan con sus guerras para demostrar al mundo que saben hacerlo igual que los blancos.
Suecia, Austria y Finlandia se incorporan a la Unión Europea, dándole cierto cachet al conjunto.
Mientras tanto, el Papa Juan Pablo II sigue soltando encíclicas. Ya lleva una docena.
Para complicar más las cosas, aparece Windows 95:


Todo el mundo habla del invento y considero que ha llegado el momento de enterarme de cómo funciona esta vaina de los PC. Es un mundo desconocido para mi y no tengo ni idea de lo que se está cocinando, cosa que me tiene algo nervioso. Consigo que un experto en la materia venga a darme clases al piso de Benissa un par de veces a la semana. Pronto se queja de que no le dejo dar la lección apropiadamente porque lo bombardeo a preguntas en cuanto llega a casa.

"Don Bwana, tenía preparada una clase sobre Word y me cose Vd. a preguntas sobre el teclado"

Un par de meses después de clases "a mi aire", me notifica que va a tomarse un año sabático en el Tibet para meditar una temporada sobre su capacidad para la enseñanza. Me asegura que su experiencia conmigo no tiene nada que ver con esa decisión y que se trata de problemas domésticos. Menos mal, ya estaba yo preocupado temiendo ser el causante de la fuga.

viernes, 18 de mayo de 2012

ENTRETENIMIENTO Y TIEMPO LIBRE

Durante una temporada he tenido algunos problemas con la visual que, consecuente con mis principios de no incluir elementos penosos en este relato, me limitaré a mencionarlo para explicar las razones de mi súbita afición a escuchar la radio. La antigua Antena 3 Radio emitía varios programas francamente interesantes y entretenidos. Entre éllos destacaba el programa "Viva la tarde", dirigido por  Miguel Ángel García  Juez, acompañado por Luis Ángel de la Viuda, Carlos Pumares, Luis Carandell, Alfonso Ortuño, Gerardo Iglesias y otros personajes o "tertularios" como se llamaban mutuamente. Hasta recibía felicitaciones de Navidad dibujadas por Ortuño y firmadas por los tertularios. Realmente eran tan divertidos que se olvidaba uno de cualquier problema.


En Moraira tenemos una playa a menos de cien metros de casa, pequeña pero muy agradable, a la que llaman Las Plagetes. Si queremos una playa mejor, a menos de 500 metros está la de La Ampolla, mayor y más concurrida que la otra. En cuanto hay buen tiempo disfrutamos del ocio todo lo que nos pueda apetecer. Hay supermercados cerca, muy bien surtidos de todo menos de pescado, por la tendencia de enviarlo  a los madriles, donde parece que pagan con mejores pesetas.

Aquí hay desfiles de "Moros y Cristianos" como es habitual por estas latitudes y se libran batallas para la conquista y reconquista de un fuerte que hay a la orilla de la playa, todo condimentado con disparos de arcabuces y demás parafernalia. No hay que asustarse, porque los moros son, en realidad, vecinos del lugar, totalmente inofensivos (*).


A pesar de la distancia que nos separa de Madrid y otras capitales,  seguimos recibiendo visitas de familiares y amigos que siempre nos amenizan el rato, como demuestran las siguientes forografías. En la primera están, José Luis, hermano de Maite y su esposa, Milagros, que han venido desde Caracas, vía Miami. También aparecen su hija María Luisa y su marido, dando la murga con mi guitarra.




Familiares bilbainos de Maite

Por nuestra parte también organizamos festejos en casa. En las siguientes fotos está celebrándose el 6º cumpleaños de Pablo y su madre, Ana, ha preparado unas carreras de saco para disfrute de "la canalla" (la chiquillería, en catalán). La calle está recién asfaltada, lo que facilitará el recorrido que, antes, era de tierra.

  
Salida de la carrera del saco, 50 metros

A los diez metros ya hay un abandono, a pesar del nuevo pavimento

Los finalista, tras el fatigoso recorrido.


Los padres y abuelos han pasado olímpicamente del evento y se encuentran practicando el levantaminto de cerveza y whisky mientras la canalla se entretiene. Como las cámaras fotográficas están en poder de las mamás, no tengo testimonio gráfico del acontecimiento.

Los días, meses y años van pasando plácidamente, algo insólito en nuestra familia. Habrá que pensar en algo más emocionante, como alguna pequeña mudanza.


(*) Ignoro si en la actualidad lo hacen con moros fetén.

jueves, 17 de mayo de 2012

EN LA COSTA BLANCA

La escasez de actividades en el negocio que había montado y el haber alcanzado tan  avanzada edad tras 45 años currando, me hicieron desechar la idea de meterme en otros negocios, por lo que decidí acogerme al sistema de jubilación anticipada a los 63 años.

Nuestra ilusión era tener una casita al lado de la playa donde pudiéramos respirar aire puro y entretenernos contemplando el ir y venir de las olas, pescando algún salmonete si se terciaba.   Después de algunos viajes de inspección por las costas peninsulares, llegamos a la conclusión de que la localidad de Moraira, en la Costa Blanca, era el sitio más adecuado para nuestro retiro. Era un lugar con un clima estupendo y sin las edificaciones monstruosas típicas de la costa mediterránea. Claro, todo debido a que contaba con una pequeña playa muy inferior a las vecinas Calpe o   Denia. Me vendieron un terreno en lo que llamaban "la milla de oro de Moraira" (¿cuántas millas de oro existen?) y encargué la construcción de un chalet al estilo de la región, rodeado por un bosque de pinos.

Si alguno de los lectores se ha embarcado alguna vez en una operación similar, conocerá  los dolores de cabeza y disgustos que representan las relaciones con constructores. Después de varios viajes a mi propiedad, discusiones con el constructor y cambios de última hora, la casa estaba terminada a principios de 1991.





Para financiar la operación tuve que vender el chalet de Monteclaro y la oficina de Pintor Rosales, tarea que resultó bastante complicada porque abundaba la oferta, como suele suceder cada vez que va uno a vender.. Finalmente  encontré a unas personas decentes que me pagaron  al contado  más o menos. lo que les pedía.
Nos mudamos con todos los bártulos a Moraira en  junio  de 1991 y pronto empezamos a encontrarle defectos a la nueva casa. Aunque me habían asegurado que no hacía falta calefacción ("¡Dónde va, hombre! Aquí el frío no existe"), cuando llegó el invierno había que dormir con tres mantas. Por otro lado, el agua de la zona tiene una cantidad enorme de cal, por lo que hubo que instalar un descalcificador al que acompañamos un sistema de filtrado por ósmosis   inversa para conseguir agua potable exenta de los abundantes nitritos del lugar.Un "pastón", dicho sea de paso.
 Durante algun tiempo tuve que procurarme los servicios de fontaneros, electricistas y otras gentes de mal vivir, con la mala suerte de encontrarme con chapuceros de primer órden. El peor de todos fue un sueco que me instaló un sistema de calefacción típico, según él, de las frías tierras escandinavas. Como por esos tiempos yo tenía gran confianza en los suecos, piqué como un panoli. Pocos años después tuve que tirarlo todo a la basura e instalar un sistema normal, el de toda la vida, porque pasábamos un frío de cuidado. Nunca pude reclamar nada al sueco, pues desapareció súbitamente de la zona (se hizo el ídem) como suelen hacer por aquí los innumerables extranjeros que montan y desmontan oficinas como por arte de magia.
En contra de mi política de no hacer modificaciones a la propiedad, en la casa de Moraira no he parado de cambiar cosas desde el principio. A los gastos antes contados, hay que agregar la construcción de un garaje, convirtiendo el original en otra habitación, instalar una piscina (la que se ve en la foto) y la incorporación a la misma de un sistema de calefacción por energía solar. Un problema, desconocido por nosotros, ha sido la suciedad de los pinos; muy bonitos y ecológicos pero que sueltan un polvo amarillo periódicamente, además de las semillas y la desagradable "pinocha" que deja todo hecho una pena. Al principio protestábamos por la manía local de talarlos, hasta que sufrimos en carne propia y en la de las plantas, sus efectos devastadores. No hay más remedio que deshacerse de esos árboles si se quiere tener un jardín más o menos decente.


Rodeados de pinos, muy ecológico, pero sucio

Ana y Pablo cuando nos rodeaba el bosque

Un año después de nuestra mudanza, empezaron a construir masivamente, eliminando el bosque de pinos y sustituyéndolo por chalets de variados tamaños. Una verdadera lata aue duró casi un año y los típicos abusos de albañiles (robándonos el agua), camioneros (bloqueando la entrada y rompiendo la valla) y otras gracias habituales del ramo.

Después de mi accidentado viaje por Francia y Suiza en 1976,  me había deshecho  del Mercedes, entregándolo en la Ford a cuenta de un modesto Ford Fiesta menos problemático. Posteriormente lo cambié por un poderoso Peugeot 405 que aquí aparece al mando de mi nieto Pablo:


Maite también ha cambiado su viejo Panda por un bonito Peugeot 206:


Por cierto, ¡qué cambio tan drástico en la actitud de los comerciales para con los clientes! Todavía recuerdo el trato recibido en Seat a mi llegada a España. Ahora te dejaban elegir direrentes modelos, te permitían dar una vuelta en el coche seleccionado y hasta invitaban a café. Estuve probando los modelos  BMW y Golf similares al Peugeot 405 y me decidí por este último, mucho más coche que los otros.

miércoles, 16 de mayo de 2012

AUMENTO DE FAMILIA

Mientras me entretengo como empresario y disfruto de ser mi jefe, mis hijas se han casado, nacen los primeros nietos y empiezan a caerseme las canas. Esto de ser abuelo me ha desconcertado un poco; ¿me estaré haciendo vejo?

Maite con Pablo y Celia en Monteclaro

Con los nietos en un clásico día frío de Madrid


Pablo, hijo de Ana,  remesa del 87

Los nietos jugando en Monteclaro



Celia, la segunda. Hija de Elvira.

Pablo aseando el jardín de Monteclaro


Guillermo, hijo de Elvira, modelo 1990
  
En 1990 tuve que viajar a Venezuela, sin esperar a hacerlo en intervalos de 11 años, como tenía costumbre. Esta vez era para ver a mi madre que se encontraba la pobre muy malita en casa de mi hermana María Luisa y de mi cuñado Santiago. Continuaban viviendo en Calabozo, Estado Guárico y mi cuñado, junto con su hijo, fueron a recogerme al aeropuerto de Maiquetía para llevarme por carretera hasta Calabozo. Pasé tres días allí bastante tristes. Para animarme un poco, Santiago y María Luisa me llevaron al Club Puerto Azul un par de días, antes de mi vuelta a España.  Me temo que ha sido mi último viaje a ese país.