martes, 22 de mayo de 2012

VOLANDO A MIAMI

El 8 de noviembre de 1998 me encuentro en la zona de espera de la puerta A12 del terminal de Barajas. Son las 11 de la mañana y el vuelo 6123 de Iberia tiene la salida programada a las 12. No quiero perderme una presentación que va a hacer mi hija Maite en un congreso médico que se celebrará en Nueva Orleans, USA. Mi hija se ha doctorado en la Complutense de Madrid y ha superado mi modesta licenciatura, aunque en Venezuela me llamaran Doctor, como acostumbraban con todo graduado universitario. En una ocasión, cuando buscaba un limpiabotas  por la plaza Bolívar, me dice uno de éllos. "¿Limpia, doctor?. Le digo que sí y le pregunto:
"¿Cómo sabe Vd. que soy doctor?"
"Es que aquí llamamos doctor a cualquier pendejo", fue su drástica respuesta.

Estoy levantado desde las cuatro de la madrugada para poder estar en Alicante a las siete menos cuarto, una hora antes de que salga mi avión a Madrid. He tenido un sobresalto al llegar al aeropuerto de El Altet, pues no encuentro mi portafolios con toda la documentación del viaje. Después de intensa y acalorada búsqueda, aparece dentro del coche, entre la puerta delantera y el asiento. Llegamos a Barajas a las 9 y media, por lo que me temo una larga y aburrida espera hasta tomar el vuelo a Miami y conectar con otro a New Orleans, aunque buen tiempo lo paso recorriendo los kilómetros de pasillos dentro del aeropuerto. ¿Por qué diablos lo desembarcarán a uno en el extremo opuesto a donde va?


La sala de espera en que me encuentro es un hervidero humano. Deben haber más de doscientas personas, de variado aspecto y nacionalidad predominantemente centroamericana. A las 12 menos cuarto decido acercarme a la puerta de salida donde reluce una pantalla de televisión con el aviso "Iberia 6123 a Miami".


Me coloco lo más cerca posible, aunque detrás de una de las pobladas colas que se han formado. Hay mucha gente de Guatemala con montones de bolsas de mano, fardos cerrados con cinta adhesiva y bolsas del Corte Inglés. Me temo que estoy haciendo el ridículo con mi maletín de mano reglamentario (128 cm de envergadura, según exige IATA).

¡La pantalla ha cambiado! En lugar de mi vuelo aparece:
"Iberia 6145 a Managua"

Cinco minutos después vuelve a cambiar:
"Iberia 6138 a Cancún"

Y de nuevo, cambio:
"American Airlines 524 a Miami"

De pronto puede leerse:
"Iberia 6222 a Tegucigalpa"

Así hasta seis vuelos diferentes. Empiezo a ponerme nervioso cuando, ¡albricias!, vuelve a salir mi vuelo 6123 en la pantalla. Pronto la alegría se termina, pues volvemos otra vez al desfile de los otros vuelos. Me pregunto, ¿cómo van a distinguir a los paajeros de tantos vuelos saliendo por la misma puerta?
Transcurren los minutos y funcionarios de Iberia con teléfonos portátiles vienen y van. Nadie sabe nada y me pregunto si estoy en Madrid o esto es el aeropuerto de Burundi.

Por los altavoces se escuchan llamadas para otros vuelos:
       "Pasajeros del vuelo Iberia 4178 a Buenos Aires, embarquen por la puerta A7"
       "Pasajeros del vuelo American 421 a Nueva York, embarquen por la puerta A8"

Por más que aguzo el oído, no capto ni una palabra de mi olvidado vuelo 6123. Es la 1 y media de la tarde y la confusión se hace cada vez más aguda frente a la puerta A12.




De pronto noto ciertos movimientos extraños y me dirijo rápidamente hacia la puerta, ganando por varios cuerpos a los centroamericanos, que casi no pueden con los equipajes "de mano". Los empleados de Iberia no dicen ni pío y logro entrar en el avión. Se trata de un Jumbo y consigo ubicarme en mi asiento 58 que, por cierto, es el penúltimo de la cola (donde no suele llegar la prensa). Me extraña ver a tanta gente volando a Miami hasta que comprendo el viejo truco de Iberia:  todos aquellos vuelos que aparecían en pantalla los han colado en mi avión. En otras palabras, "vuelo" no es igual a "avión". De pronto me asalta una terrible duda y le pregunto a la azafata:
"¿A dónde va este avión?ª
"Primero vamos directo a Miami, luego a otros destinos".
Más tranquilo observo a mi alrededor. Estoy rodeado de gente griposa, sobre todo mi vecino, un holandés que viaja a Honduras para un reportaje de la TV de Amsterdam, que no para de sonarse los mocos. Para espantar las bacterias, dirijo el ventilador sobre mi cabeza, confiando en esparcirla hacia otras zonas del avión que, por cierto, está absolutamente lleno. 

Por los altavoces se escucha la clásica advertencia:
"Coloquen su equipaje de mano bajo el asiento delantero, por seguridad no introduzcan bultos en los compartimientos superiores"-

Es la mayor estupidez que pueda imaginarse. Nadie hace el menor caso, por supuesto, ya que no hay forma humana de situar los enormes paquetes bajo el asiento, así que los van metiendo a empujones en los sitios prohibidos. ¿Por qué no se aplica la ley y se obliga a facturar todo lo que no sea, realmente, "de mano"? Por cierto, este problema no es exclusivo de Iberia pues lo mismo observé en el vuelo Miami-New Orleans por American.

A las dos y media de la tarde nos comunican que emprendemos vuelo. Parece que los pasajeros han terminado su lucha por el espacio de sus equipajes. Con el avión hasta los topes y con el tonelaje que meten estas gentes donde no está permitido, no se si podremos despegar. Menos mal que es un Jumbo, aunque tiene que usar toda la pista nueva de Barajas para levantar vuelo, pero ya estamos en el aire. Nos espera la friolera de 9 horas de viaje, apretados como sardinas en lata. La visita al urinario es una verdadera odisea y por ciertos aromas que se pueden olfatear, me da la impresión de que algunos están usando las bolsas para mareos como lugar de destino de sus sobrantes.

Después del ridículo almuerzo, trato de echar una siesta, pretensión irrealizable por la estrechez de espacio y por el alboroto que impera en el avión debido al trasiego de pasajeros que han venido en grupo, pero los han ubicado en asientos lejanos. Tampoco puedo ver la película que, desde mi apartado asiento, tiene el tamaño de una caja de cerillas. Además no consigo poner los auriculares en funcionamiento.

Me dedico a observar a las azafatas, que son las mismas que admiraba cuando viajaba a menudo, allá por los años setenta. Tienen veintipico años más  y su belleza ha sido sustituída por las arrugas, a la vez que su característica simpatía se ha reducido al mínimo.

A las 11 y media de la noche, hora española, aterrizamos felizmente en Miami. Son las cinco y media de la tarde aquí y me preocupa que mi sobrina María Luisa lleve esperando tantas horas. Después de recorrer unos cuantos kilómetros por los pasillos del aeropuerto (¡qué manía, nos han vuelto a soltar en el extremo opuesto!), encuentro unos agente de policía y aduanas, muy simpáticos, todos hispanos, que me van indicando el camino hacia mi destino. Además han sido tan amables de explicarme que los antiguos "Men room" (servicios) llevan ahora el nombre de "Rest room". (Ya estaba yo apuradillo, por cierto)


Mi sobrina me está esperando, con toda la paciencia de Job y me lleva al hotel AmeriSuits donde me ha reservado habitación  para las noches del 8 y 9, tiempo previsto para recuperarme antes de retomar el vuelo a New Orleans. Llevo casi 20 horas moviendo el esqueleto y, aunque el espíritu no decae, el cuerpo me pide un receso. La habitación del hotel es modesta pero muy amplia, con tres ambientes que incluyen cocina, nevera, salón y una comodísima cama donde caigo con alivio en un sueño reparador hasta las 8 de la mañana, hora española. Pero por aquí todavía andan por las dos de la madrugada, así que me preparo mi clásico nescafé que, precavidamente, siempre llevo en la maleta y me dispongo a disfrutar de una larga sesión de TV hispana desde la cama.


A las 6 se puede desayunar y bajo al comedor para encontrarme con una serie de apetitosos manjares que no saben a nada. He quedado con María Luisa para que me recoja su hija Cristina a las 11 para llevarme a dar unas vueltas por la ciudad, así que salgo del hotel a dar un paseo por los alrededores. Pronto me percato de que estoy "en the middle of nowhere" (en mitad de ningún sitio)  pues no hay más que autopistas, coches, almacenes y muchos jardines. Todo precioso pero muy aburrido, por lo que resuevo volver a mi TV y disfrutar de la interminable propaganda hasta que me recoge Cristina y me deja cerca del Bco. de Santander, donde trabaja mi sobrina. Doy un paseo por los alrededores con la pretensión de admirar los escaparates de las tiendas que deben haber por aquí, sin duda, pero no veo ni una, por lo que vuelvo al sitio donde he quedado con María Luisa. Mientras espero a mi sobrina observo unos movimientos extraños de personas que han salido del edificio y se sitúan detrás de árboles y columnas en actitud sospechosa. Finalmente comprendo que se trata de fumadores, especie despreciada en este país. Manía que, como tantas cosas, copiadas de los USA, se pondrá de moda en España años después.

He aprendido una lección con este viaje en la llamada clase turista que, en realidad, es tercera clase. Si no tengo dinero para pagarme un pasaje de 2ª (o business class), no haré más viajes.  Si vale el doble, pues muy sencillo, haré un viaje en vez de dos, pero no vuelvo a meterme en un batiburrillo de esa categoría. El viaje de vuelta será el último en 3ª.

8 comentarios:

  1. Jopé, qué odisea. Hay que tener ganas de salir y meterse en esos líos, con lo bien que se está en el salón de casa viendo el canal Viajar.

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    1. Es cierto, mediante el cnal Viajar he visitado el mundo entero sin inconveniente alguno.

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  2. Completamente de acuerdo con sus conclusiones sobre viajar en avión.

    Cada día me retrae más tomar un vión hacia ninguna parte porque los aeropuertos vienen a ser como una copia del Laberinto de Creta, lugares formados por calles y encrucijadas, intencionadamente complejos para confundir a quien se adentre en ellos.

    En el Charles De Gaulle de Paris es necesario llevar un plano del mismo para no coger un vión en dirección a Lusaka. En Bruxelles conviene ir mirando al suelo permanentemente para seguir las flechas e indicaciones en francés, y en Barajas es absolutamente imprescindible contratar una azafata "verde" que previo pago te acompaña a la puerta de acceso de tuu vuelo.

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    1. Además de un laberinto, está la humillación de tenr que quitarse los zapatos delante de todo el mundo y someterse a toda clase de ridículos controles. Me quedo con el AVE, a pesar de los pelmas hablando por el móvil. Ahora que lo recuerdo, me voy unos días a Sevilla para disfrutarlo.

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  3. Me parece señor Bwana que los diseñadores de la mayoría de los aeropuertos, están diseñados por arquitectos estreñidos.

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  4. Lo raro es que, estando estreñidos, pongan la cagada.

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  5. Hola Bwana, coincido plenamente con su idea de no viajar transoceanicamente si no es con un minimo de decoro.
    De todas formas usted es muy animado y ademas ya llevaba mucho tiempo sin desplazar los chicheres por el mundo.
    A ver que se encuentra por Nu Orlins!
    Pienso que con su apodo estaria en su salsa.
    Saludos afectuosos

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    1. Una persona de su categoría no puede viajar en clase turista, por supuesto.
      Así pronuncian Nueva Orleans los negros: nuorlins, pero los blancos dicen "niuorlians"; no se aclaran.
      En mi salsa no estuve, porque abusan de la comida cajun.
      Saludos

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