lunes, 6 de febrero de 2012

PRIMER EMPLEO

La farmacia Santa Sofía estaba en el edificio blanco de la esquina

Efectivamente, he aceptado el trabajo en la farmacia Santa Sofía. Es un local enorme con cuatro dependientes que, conmigo, serán cinco. Aquí no se limitan a expender productos envasados sino que, la mayoría, son fórmulas que el farmacéutico, Dr. Olarte, colombiano, tiene que elaborar.  Al fondo se halla su despacho y a la entrada, a mano izquierda, el del gerente y primer mandatario en el local. Todos me reciben con alegría, excepto el señor gerente, un tal Segundo R., al que parecen no gustarle los recomendados. En contraprestación, a mí no me gusta su cara, ni tampoco su ridículo nombre. Me parece absurdo que se llame "segundo" si es el "primero".

Empiezan a llegar clientes y no logro entender lo que me piden y mucho menos lo que dicen (todavía no me he estudiado el Diccionario Maracucho), por lo que tengo que acudir a los compañeros que me van enseñando de qué va la cosa y traduciendo al cristiano.

Una señora se me acerca y me pide un real de "Vente conmigo", un bolívar de "Sígame joven" y real y medio de "Venamí", entregándome tres frasquitos vacíos. Fuenmayor, un dependiente que me está entrenando, me dice que lleve los frascos al farmacéutico.  Éste coge los frascos y se dirige hacia una estantería.


Me pide que me acerque y puedo leer algunas inscripciones en los envases de la estantería:

Amor prohibido
Ven a mi
Llama plata
Lluvia de oro
Siete machos
Don dinero
Siete poderes
Amarre hombre
Cairaquito morado

El farmacéutico me indica que "si no encuentras lo que te han pedido, ponle cualquier vaina"(*). "Este es el armario de las brujerías y las pendejas (**) que lo compran no tienen ni idea".

Cuando hay poca clientela, ayudo al Dr. Olarte en la preparación de fórmulas. Una, la de la "sal de frutas", se prepara fácilmente, aunque luego hay que pesar 50 gramos y envasarla en unos sobres que se cierran con una maquinita manual. Eran parecidos a éstos:


El pesaje me pareció una pérdida de tiempo y los llenaba a ojo de buen cubero. Don Segundo, el gerente, parece que sospechaba algo de la rapidez con que terminaba el trabajo y, en vez de felicitarme, se presentó un día con su superior, uno de los hermanos Belloso y un montón de sobres llenados por mí. Los fue pesando uno a uno en la báscula y para mi sorpresa y disgusto del fulano, todos coincidían con los 50 gramos reglamentarios, excepto unos cuantos que tenían 49. Le deben haber pegado un rapapolvos al Segundo, porque aumentó su manía para conmigo.


En una ocasión una señora me pidió, en voz baja, una caja de Kotex. "¿Dónde está el Kotex?", pregunté en voz alta a Fuenmayor, que estaba al otro extremo del mostrador. Se produjo cierta conmoción entre empleados y clientes que me dejó perplejo. Luego me enteré de que se trataba de un producto para la higiene de la mujer y que había que entregarlo con disimulo.


Fuenmayor y otros compañeros de la farmacia me invitaron a un  "picoteo" (***) un sábado por la noche. Cuando mi padre se enteró de que el sarao era en El Saladillo, uno de los barrios más peligrosos de la ciudad  empezó a ponerme pegas, pero no recuerdo cómo, me las arreglé para ir a la fiesta y me lo pasé estupendamente bien. Servían unas cervezas heladas, perfectas para el clima. Habían dos marcas en la región, la Zulia y la Regional que se podían tomar de barril y heladas en dos bares de la plaza Bolívar. Tiempo después me hice adicto a la Regional, menos amarga que la Zulia. Juraría que no he tomado mejores cervezas en mi vida.



Vista panorámica de El Saladillo


Por circunstancias que desconozco, a los pocos meses de mi ingreso en la farmacia, mi padre me llevó a trabajar con él al Hospital Quirúrgico. Me colocaron, al principio, como ayudante del encargado de la farmacia del hospital, un italiano llamado Padovani, con el que tampoco congenié, supongo porque temía que lo desplazara de su puesto.
En una ocasión le rectifiqué un escrito en el que había puesto "garage", así, con "g". No me dijo nada, pero pocos días después vi que, al lado de mi corrección, había escrito: "garage siempre ha sido y será con G". A sus 45 años se ponía a la altura de un chaval de 16.

Tampoco le debió sentar bien que me encargaran a mí el control de estupefacientes. Consistía en suministrar morfina, por ejemplo, según recetas internas del hospital, que me traían las enfermeras. A final de mes, hacía un inventario del remanente, lo cuadraba con las recetas recibidas y preparaba un formulario oficial para la firma del director del hospital.
Sospecho que hoy en día nadie se fiaría del procedimiento y menos bajo el control de un menor de edad. Adortunadamente en aquella época los jóvenes estábamos interesados en otras minucias que nos acuciaban, por ejemplo,  el sexo opuesto.

Lo que también pienso que sería extraño en la actualidad, es lo que hacía con el salario recibido. Tanto el sobre que me daban en el hospital, como el de la farmacia, los entregaba a mi madre, que lo abría y me asignaba unas monedas para chucherías.  Me parecía la cosa más normal del mundo. 

Así se lo contaba a mi amigo Atilio  cuando me proponía dar una vuelta por el club: "¿Cuándo vienes a conocer a Carmen?", me preguntaba. "No puedo, amigo. No tengo plata", era mi contestación. Hasta que, un día, se decidió a invitarme y ya no pude presentar más excusas.

Hemos llegado al club "Las amapolas" y nos ha recibido una chica que debe ser amiga de Atilio, porque lo ha abrazado nada más llegar. Nos sentamos en un reservado y, poco después, aparece Carmen. Parece muy joven, esbelta, cara muy guapa y viste un traje que debe ser dos tallas inferior al que le correspondería. Me da un beso , me toma de mano y me lleva a su habitación. No quiero entrar en detalles, aunque los recuerdo perfectamente, por lo escabroso del asunto. Sólo comentaré que mis escasos conocimientos teóricos de la materia, han bastado para obtener el beneplácito de Carmencita.
La parte desagradable de la aventura han sido los tres o cuatro días que he pasado con mis partes averiadas.

(*) Vaina=cosa molesta. "No me eches vainas"
(**) Pendejo=bobo, jilis, etc.
(***) Picoteo=baile con música de "pick-up" o tocadiscos.

12 comentarios:

  1. Vaya con la Carmencita, venía con premio incluido.

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  2. Es curioso que en su tiempo se estudiaba y se trabajaba en lo que se pudiera, y más siendo emigrante o exiliado, pero la diferencia es que ahora pocos estudian nada.

    Ese "Segundo" de malas pulgas a lo peor estaba jodido por que iba al boxeo en donde se suele decir al coemnzar un combate lo de "Segundos fuera".

    La imagen de la fachada de la farmacia es de lo más chuli, y me hace gracia la de potingues se han vendido siempre para analfabetos y que no sirven para nada pero curan las histerias de sus solicitantes.

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  3. Efecto placebo, psicosomático... básicamente con eso funcionaban, si tú te crees que te duele algo y te dan algo que te hace creer que te lo va a curar, miel sobre hojuelas.

    El edificio en el que se ubicaba la farmacia es simplemente encantador, no me sale otro calificativo.

    Será mi vena festera y/o delincuente pero yo habría visto un sobresueldo y grandes tardes de diversión en un destino laboral como el suyo en el hospital.

    Y por cierto, 3 días de "convalecencia" me hace presuponer una tarde gloriosa.. me alegro por Vd. y por ella, supongo.

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  4. Eso de "Amarre hombre" y "Venamí" sigue de moda y ahora se llama "aromaterapia".

    Muy hábil con el pesaje, que termina en "aje" como el garaje.

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  5. D. MAMUMA:
    No me he explicado bien. La chica estaba impoluta. Se trataba, sencillamente, de una parafimosis.

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  6. D. Javier:
    Tiene razón, el fulano lo pasaría mal en el boxeo, por cierto, muy popular en el Zulia.
    El edificio de la farmacia era, en efecto. espectacular. Por supuesto, no tanto como la otra Santa Sofía en Estambul, pero apañadito.

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  7. D. isra:
    Aunque fuera, en verdad, una tarde gloriosa, los desperfectos sufridos se debieron al estreno de la película, natural como la vida misma.

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  8. Dª maharani:
    Muchos de esos artilugios, como dice, siguen de moda. El "cariaquito morado", por ejemplo, lo utiliza mucho Gorilator, aunque con escaso éxito.
    El "garage", con "G", me ha traído más de una discusión en esta vida.

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  9. Perdona Bwana, eso me pasa por leer demasiado deprisa.
    Saludos.

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  10. D. MAMUMA:
    No se preocupe, la culpa la tengo yo por andar con tantos miramientos.
    Saludos

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  11. JaJaJa que bueno el armario ese de las pendejadas y los nombres ni digo. Eso me da una idea, con tanto tonto/a suelto ahora por "estepaís" puedo montar un chiscón en el hueco-sótano de mi edificio, que un euro es un euro. Bueno por fin no pudo evitarlo y conoció en el sentido bíblico a Carmencita, eso efectivamente no se olvida, lo mio fue ni mas ni menos que el barrio chino de Vigo, jajaja, pero esta no era ni joven ni esbelta, jajja cada vez que me acuerdo.
    Muy bueno como siempre el relato y las imágenes.
    Saluditos.

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  12. D. Zorrete Robert:
    Muy buena idea la del negocito en el hueco-sótano. Sobre todo porque la materia prima se obtiene de cualquier potingue.
    Y no piense Vd. que el club de la Carmen era mejor que el barrio chino de Vigo.
    Saludos

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