martes, 7 de febrero de 2012

MADURANDO EN EL HOSPITAL


Estoy sospechando que mi padre pretende que estudie medicina. Según dice, la profesión de mayor categoría es la de médico. Tampoco desprecia la de arquitecto y admira a los ingenieros norteamericanos. Las demás le parecen poco serias.
Mi sospecha empieza cuando me cambian de sitio, en la farmacia, trasladándome a la Consulta Externa, una especie de centro de salud para pacientes del hospital.
Allí me recibe NN (no recuerdo su nombre), el sanitario que atiende a los enfermos ambulatorios.  Es un maracaibero muy simpático que enseguida empieza a enseñarme a poner inyecciones intramusculares. Las intravenosas las deja para más adelante. Cuando considera que estoy listo, cojo los trastos y empiezo a pinchar en el limitado lugar donde hay que hacerlo:


Bastante gente viene con quistes por inyecciones infectadas, causadas por mala higiene del practicante o por haber sido colocadas fuera del espacio correcto. Hay que curarlas aplicando un spray con cloruro de etilo, un refrigerante que anestesia la zona,  permitiendo sajar con el bisturí e introducir una sonda acanalada para drenar el pus. Un trabajito bastante desagradable que, por el momento, NN se limita a pedirme que lo observe.

Para evitar infecciones hay que lavarse meticulosamente las manos y poner la inyección en el espacio limitado que se ve en el dibujo anterior. "Si te pasas hacia el sur, se producen esos desagradables quistes, si te pasas hacia el norte, pillas el nervio ciático y fastidias bastante al enfermo ", me decía NN. Hay un truco para novatos que permite encontrar ese punto fácilmente:

Con la mano abierta se coloca el dedo gordo sobre el límite de la hendidura de las nalgas y el dedo meñique en el hueso de la cadera. El sitio lo marcará la base del dedo anular. Lógicamente algunas pacientes sospechan del manoseo, pero terminan convencidas de que es parte del trabajo.
Recuerdo a una chica muy atractiva que venía a ponerse inyecciones de "salvarsán". Mi compañero me dice que tiene "3 cruces" de sífilis y que procure mantener una distancia prudente. Una lástima porque invitaba a la práctica hipodémica.

Un par de meses depués, mi padre me recupera para su departamento de radiología, considerando que ya tengo suficiente práctica en la materia. Me asigna la tarea de poner inyecciones de pituitrina a todas las pacientes. La pituitrina se utilizaba antes de hacer la radioscopia a las embarazadas, confesas o sospechosas de estarlo.

La mayoría de las pacientes, sobre todo las jóvenes, se sienten abochornadas por enseñar las nalgas a un chico de 17 años, pero he adquirido tal práctica y mantengo tal seriedad en el trabajo, que terminan aceptándolo. Por mi parte no recuerdo el menor interés por los numerosos traseros que desfilaron ante mis ojos, ni creo que me inmutara cuando alguna se quejaba de lo joven que era para tales menesteres.


Mi padre no pierde oportunidad para explicarme los peligros de unas relaciones humanas descontroladas y lo beneficioso que es el lavado con jabón "Lagarto". En una ocasión me lleva a un quirófano vacío, afortunadamente y me enseña lo que hay en un balde situado en un rincón. Es un amasijo de carne informe en la que destacan unos ojos. Se trata, me dice, de un feto nacido sin osamenta. "Hijo, ésas son las consecuencias de los excesos carnales". El caso es que me resulta difícil tragar los alimentos que nos sirven en el comedor del hospital después de los ver curar quistes y de las clases de mi progenitor.

Otro espectáculo poco agradable  lo presencié en el centro de la ciudad. Iba en un taxi y, de repente, el coche da un tumbo como si hubiera pasado encima de una persona. "¡Ay, virgencita de la Chiquinquirá!, exclama el taxista, deteniendo el coche y bajándose. Yo hago lo mismo, por si mis conocimientos médicos puedan ser de ayuda. "No es nada", me dice con una sonrisa "Era un cienpies". Pero es que el cienpies es XXL, como sólo los he visto en Maracaibo. Medirá un metro de largo y parece un pez sierra. Y es que, con estos calores, todo adquiere un mayor tamaño, especialmente los insectos.


Corre el año 1943 y no pierdo de vista la guerra mundial. Empiezan a llegar buenas noticias con la derrota de los nazis en la terrible batalla de Stalingrado, el final del predominio de Rommel en África y el desembarco alado en Sicilia. Por si fuera poco, ahora los alemanes están sintiendo los efectos de su propia medicina, cuando empiezan a recibir bombardeos intensivos de los aliados en el corazón de Alemania.


Uno de mis amigos, "Chicho" H., que pertenece a la gente VIP de la ciudad, me lleva a conocer ambientes elegantes y fiestas donde se supone que van chicas de gran clase. Se ha preparado una fiesta en el Club de Comercio y pretenden que haya igual número de chicas y  chicos. A mí me han asignado a una chavala que no conozco hasta que nos reunimos a la entrada del club. Se trata de una gordita, muy elegante, pero poco agraciada para mi gusto. De pronto he recordado que he olvidado la cartera en casa y así se lo hago saber al grupo. Me largo de allí con viento fresco consiguiendo que no me vuelvan a invitar jamás.

No me importa separarme de las "fuerzas vivas juveniles" porque me espera mi amiga Carmen, de la que estoy enamorado  y que me corresponde generosamente.

No es que tenga mucho tiempo libre, pues estoy terminando el curso de contabilidad y acabé el de mecanografía. Ahora he pasado a ser el maestro  y enseño a escribir a máquina a los nuevos alumnos. También estoy ayudando al profesor S.A. a llevar unas contabilidades de varios clientes. Estoy poniendo la primera piedra de un futuro pluriempleo que me aguarda proceloso.

Se acercan las Navidades y nos preguntan si queremos examinarnos de contabilidad ahora o esperar a enero. Sólo Siciliano, el hijo de un joyero italiano y yo nos decidimos a presentar el examen ahora. Pasamos con nota la parafernalia del examen y publican nuestras fotografías en "Panorama", el periódico local.

8 comentarios:

  1. A estas alturas era Ud. un multi-conocimientos de lo más variado. Lo de los traseros y las inyecciones imagino que al principio le daría yu-yú pero a todo se acostumbra uno.

    Esas prácticas de Hospital tenían que ser duras para un chaval de 17 años. Personalmente no puedo ver ni que me pongan una inyección en un brazo mío. No por el dolor, que no duele, sino por el hinque de la aguja.

    Bueno ya es Ud. todo un contable con Diploma y honores. Y gran enfermero multi-usos. Y, simultaneamente cuida la buena relación con la Carmencita por aquello de las "perentoriedades".

    ¿Terminará de Ingeniero de Caminos?
    No me extrañaría nada.

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  2. Y todo ese bagaje (con j como garaje) con sólo 17 añitos.

    Estoy de acuerdo con Tellagorri. Hay que tener mucho valor y temple para poner una inyección. Yo he tenido que poner alguna a un caballo (en el cuello) y el momento de clavar la aguja me parece dramático. A personas ni me lo imagino... y encima con el miedo de que no le dé un garrotillo.

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  3. D. Javier:
    Poco a poco se van aprendiendo cosas, unas útiles, como poner inyecciones, otras, como escribir a redondilla, que no valen para nada.
    Así va transcurriendo la vida, hasta que llegan asuntos de verdadera importancia y para los que no solemos estar preparados.

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  4. Dª maharani:
    ¡Oiga! es que poner una inyección a un caballo tiene que ser tremebundo. ¿Dónde tienen el punto de incisión?

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  5. asdfg ñlkjh, jajaja. ¿cuantas veces hizo usted este ejercicio?, muchas supongo como todos los de meca. Lo de los culos yo no no hubiera resistido, a lo mas que llegue es a poner inyecciones a algún chucho de los amigos. Pero culitos de féminas, hubiera terminado en el saco, jaja. Muy bueno el relato, Carmencita como es normal un enganche.
    Saluditos.

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  6. D. Zorrete Robert:
    Ni siquiera el 1% de los traseros que pasaron ante mis ojos merecían una evaluación anatómica. Encima, si había algo destacable, resulta que tenía tres cruces, una más que las del monte del olvido.
    Saludos

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  7. Más o menos aquí, Bwana.
    (el caballo de la foto debe ser de cartón, porque no vea cómo se mueven)

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  8. Dª maharani:
    Supongo que les inyectan en el cuello para evitar una coz si lo hicieran en el trasero. No me extraña que se muevan si van a recibir un pinchazo en parte tan delicada.

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