jueves, 2 de febrero de 2012

EL INSTITUTO DE CONTABILIDAD INTERNACIONAL

Nuestra vida en Maracaibo transcurre con placidez. Vamos a menudo al prestigioso Club del Lago, del que somos socios. En una ocasión, mi padre se atreve a preparar una paella para 50 personas, a petición de los directivos del club y para demostrar sus habilidades de buen valenciano. Se sirve a los entusiasmados asistentes en "totumas", un envase formado por la mitad de un coco seco o tapara. Según mi padre le ha salido el arroz algo pasado, pero no ha quedado ni un grano en la especie de paella que le prestaron.


Las totumas, curiosamente, también las emplean algunos para cortar el pelo. Se colocan sobre la cabeza y se corta todo lo que sobresale, con lo que se consigue un auténtico corte totuma.

Hay una playa con arena y el club está lleno de cocoteros.

Con mis hermanas Elvira y María Luisa

Es un sitio muy agradable para darse un baño refrescante y sin peligro de los tiburones y barracudas del litoral caribeño, aunque recomiendan caminar dentro del agua bien calzado con botas o, para los más cómodos, ir arrastrando los pies. Hay diversidad de rayas lacustres, un pez que circula entre la arena del fondo y se molesta cuando lo pisan, clavando su aguijón en el tobillo del desprevenido bañista.


Unos amigos de mis padres, que van mucho por el club, son el matrimonio S.A. El es un hombre rechoncho, calvo, muy miope y un viejo para mis estándares de aquella época, aunque hoy lo calificaría de persona en la flor de la juventud. Su mujer debe tener unos 30 años, la mitad que él. Ambos  dirigen una escuela de contabilidad y secretariado en Maracaibo.  El profesor S.A. es español y dirigió una escuela similar, muy prestigiosa, en Chile. También es un  "fan" de la coca-cola y está continuamente invitando a esa bebida. No sé si era por el calor, pero aquella coca-cola de botella, servida en vasos rebosantes de hielo, resultaba deliciosa. Además sin esa contaminada raja de limón que tienen la manía de ponerle en España.

El profesor me pregunta  por qué no tomo el curso de contabilidad que imparten por las noches. Aunque no me suena como buena idea, mi padre dice que sí y en esa escuela empieza mi relación con la contabilidad, sin culpa alguna de mi parte, lo juro.

Además del curso de contabilidad, me apuntan al de mecanografía y, a causa de no pasar la prueba, en el de caligrafía. Tengo una letra, según el profesor, que da verdadera grima.

Años después me daría cuenta de que la contabilidad que nos enseñaban era pura teneduría de libros. En efecto, teníamos que aprender a escribir en letra redondilla, que se usaba para apuntar los nombres de las cuentas y subrayarlas en rojo. La descripción de los asientos y su importe se hacían con plumilla muy fina, untando en un tintero, por supuesto. Los libros de contabilidad eran obras de arte, aunque, como comprobé más tarde, fallaban un poco en el cuadre.


Toda la parte teórica tiene que aprenderse al caletre, ya que el profesor no es partidario de modernismos ni modificaciones al texto original. Algunas definiciones todavía las recuerdo perfectamente, por lo que me pregunto si el sistema del caletre es tan malo como se dice.

También tenemos clases de inglés por el ilustre profesor Mr. John D., chofer del cónsul británico en Maracaibo. Uno de los compañeros de clase no se fía y resuelve aprender a su aire. Se va al mercado por las mañanas y acompaña a las chachas de Trinidad, muy populares en las casas venezolanas, que suelen estar por allí.

Las clases de mecanografía las da la esposa del director en unas máquinas Underwood a las que se les tapan las teclas con una funda, para que aprendamos a escribir al tacto. Lo que me parecía una tontería me ha resultado de gran ayuda en la era de los PC.




Para no variar y mejorar de vivienda, nos hemos mudado a la quinta Fany, un chalet muy bonito en la avenida Bella Vista.


Con mi madre y mis hermanas

El instituto de contabilidad ha adquirido buena fama en Maracaibo y abundan los alumnos (y las alumnas).  Eduardo Ball y Henry Gramko viven cerca de casa y nos vamos a pie, al terminar las clases. Para llegar a Bella Vista paramos en un chamizo,  frente a la cárcel, donde venden unos bollos de ajonjolí con queso de mano. Imagino que, gracias a nuestros estómagos adolescentes, podemos digerir tan sospechoso alimento. Mientras paseamos y masticamos el manjar, mantenemos largas charlas en las que, Ball y yo, discutimos sobre la marcha de la guerra en Europa. Henry se queda al margen, lo que no nos extraña, ya que conocemos su preferencia por el bando de los "malos".

También he hecho buenas migas con Heinz Matheus, un hebreo alemán y con Atilio Estrada, hermano de un médico que trabaja en el Hospital donde está mi padre. Atilio , que ya tiene 19 años y es un "salido" en toda regla y yo, nos burlamos de Heinz por su timidez. Un día Atilio me cuenta que ha convencido  a Heinz para ir a un club de alterne, le ha presentado a Carmen y ésta se lo ha llevado a un reservado. Al rato ha salido Heinz hecho un basilisco porque la chica quería bajarle los pantalones. Nos reímos un rato, presumiendo de nuestra facilidad de trato con el sexo opuesto. Yo estoy "fardando", por mi parte ya que, a mis 16 primaveras, mi ignorancia en la materia, tanto teórica como práctica, es absoluta.  De tal manera que,  cuando Atilio me invita al mismo recorrido, me da la impresión de que me ha pillado y que ya no se cree mis experiencias en tierras francesas. Tengo que emplear toda mi habilidad para demorar la visita.

Una tarde mi padre me habla seriamente de la situación económica de la familia. Parece que tenemos un déficit importante y considera que mi colaboración sería de gran utilidad. Si estoy de acuerdo, tengo un trabajo en la farmacia Santa Sofía, propiedad de los hermanos Belloso, los industriales más importantes de la ciudad. Es amigo del mayor de los hermanos y tengo una buena recomendación para el curro. Me da la opción de pensármelo en un par de horas y decidir si continúo con el bachillerato o empiezo a trabajar.

No tardo ni cinco minutos en contestarle.

12 comentarios:

  1. Cuánto me recuerda a mi juventud de 14 años esos estudios complementarios que recibía Ud., Don Bwana, sobre Contabilidad por Partida Doble, con aquella letra redondilla que había que usar (era preciosa) y que yo nunca acerté, así como clases extras de francés.

    Ese Maracaibo de sus 16 años tuvo que ser un auténtico descubrimiento de la vida, con amigos de variados orígenes y los clásicos de siempre pretendiendo llevar a los otros a una Casa de Señoritas Poco Honorebles".

    Sigo pensando que sus Memorias serían un éxito editorial si pasaran a un libro.

    ResponderEliminar
  2. Respuesta: trabajar, y pasarse las tardes en esa casa tan divertida.

    Ya me gustaría a mí recibir esas clases de caligrafía, esa hoja y una de apuntes de la facultad se parecen como un huevo a una castaña, he llegado al punto de intentar leer lo que acabo de escribir y me es imposible enterarme de nada.

    Sabe que no voy a decir nada de ese pantalón sobaquero (sí, sí, era la moda) que a pesar de la dificultad Vd. luce esplendorosamente.

    Lleva razón Tella, su vida da para un libro, he hecho un ejercicio de memoria de dónde estaría yo a las edades que comenta y era en el mismo sitio (eso sí, la variedad la ofrecían las féminas que hicieron el camino si no tan emocionante sí bastante entretenido... y no me malinterprete, profesoras, amigas, la edad nunca fue un problema, jajajajajaja)

    ResponderEliminar
  3. D. Javier:
    Las plumillas para hacer redondilla eran de varios tipos: la normal, gorda; la de dos puntas; y la de una punta gorda y dos mas finas. Se conseguían verdaderas maravillas.
    Lo del posible éxito editorial, creo que sobre estima Vd. mis habilidades. Ni mis aventuras son las de Zalacaín, ni tengo la pluma de don Pío.
    Muchas gracias, de todas maneras.

    ResponderEliminar
  4. D. isra:
    Ha acertdo Vd. en su primer párrafo.
    Con lo que no coincido es en que mi pantalón sea "sobaquero". Sería la moda, pero observe bien cómo cuadra perfectamente con la cintura.
    Tampoco parece que su vida, sin tanta mudanza, fuera aburrida. Conociendo su buen gusto sobre el particular, imagino que las visitas recibidas eran de categoría.

    ResponderEliminar
  5. Bwana estoy totalmente de acuerdo con javier.
    ¿ porqué no se anima?

    ResponderEliminar
  6. Tanto paripé con la cocina de fusión y resulta que ya la había inventado hace años su padre con esa paella en cuencos tropicales. A saber con qué ingrediente caribeño pudo sustituir el garrofón...

    Menudo chico guapo, Bwana.

    ResponderEliminar
  7. D. MAMUMA:
    Es Vd. muy amable pero, como dicen en Venezuela, "es mucho camisón pa Petra".

    ResponderEliminar
  8. Dª maharani:
    No le hizo falta el garrofón porque llevaba muchos langostinos.
    Y gracias por el piropo.

    ResponderEliminar
  9. Bueno veo que tenemos algo en común el PGC y la mecanografía aunque mi ortografía sigue siendo penosa. Las totumas se lo leí creo que a García Marquez y lo busque en el diccionario, venia algo así como útil para el baño, creo que para quitarse el jabón echándose agua. Coincido con Don Javier, si lo pone en un libro yo por lo menos lo compraría y ademas esperando que tuviera muchas paginas.
    Saluditos.

    ResponderEliminar
  10. D. Zorrete Robert:
    Efectivamente, la totuma tiene esa utilidad para el baño. Ya contaré un sucedido sobre el particular.
    Son Vds. muy amables conmigo, no sólo por leerme y hacer tan profundos comentarios, sino por el estímulo que me proporcionan. Mil gracias y
    saludos

    ResponderEliminar
  11. D. Bwana, no es por hacer la pelota pero cada vez me gusta más como escribe.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  12. D.Laslo:
    Favor que Vd. me hace
    Un abrazo

    ResponderEliminar