jueves, 23 de febrero de 2012

AMIGOS Y COMPAÑEROS DE CURRO

El cambio al nuevo edificio de la Shell en San Bernardino coincidió con la llegada, en 1948,  de británicos y holandeses (musius) ex combatientes de la II Guerra mundial. La mayoría no tenían idea de contabilidad pero la empresa los colocaba en puestos de confianza. Uno de éllos, Frank Jones, había sido cobrador en un autobús de Londres antes de la guerra. Era un tío muy simpático y no se molestaba, o no entendía, cuando le llamábamos Franciscojones. Lo nombraron jefe de a sección A-14, el almacén de suministros de oficina.
Como algún supersticioso había omitido la "A-13", los empleados la utilizábamos para designar el cuarto de baño. "¿Dónde está Pérez?, "...en la Sección 13".

Yo continuaba en la sección A-5, donde había un nuevo jefe, un tal Pedrito Hernández, un maracucho de 37 años, al que mis compañeros Ernesto Ball, Miguel Alberto Rodríguez y yo, no le teníamos demasiado aprecio. Los tres disidentes éramos aficionados al ajedrez y Ball era amigo de Gerardo Budowsky, un ruso nacionalizado, GM (*) que era campeón de Venezuela.
Solíamos organizar torneos en casa de Ball, bajo la supervisión y enseñanzas de Budowsky. De vez en cuando, el campeón aceptaba jugar simultáneas contra nosotros, pero las jugaba a ciegas, ganando siempre, por supuesto.

Gerardo Budowsky

El hermano de Ernesto era periodista deportivo y ambos  apasionados por ese deporte-juego. En Venezuela había gran afición por las carreras de caballos y se apostaba todas las semanas al boleto del "5 y 6", cinco o seis ganadores. Precisamente, Mendoza, un compañero de trabajo tuvo la suerte de ganar una suma importante en aquella época, 200.000 bolívares. Antes de renunciar a su empleo, me preguntó la dirección de mi sastre, para encargar cuatro ternos del mejor cashemir inglés. Tres meses más tarde, me telefoneaba el sastre pidiéndome la dirección de Mendoza, porque todavía no le había pagado la primera cuota. Resulta que el gachó había negociado la compra a crédito, a pesar de la fortuna que acababa de ganar. Encima no pagaba.


Desde 1948 tenía carnet de conducir, gracias a las facilidades de entonces para obtenerlo. Ball quería cambiar su viejo Hudson por otro más moderno y conseguí que me lo vendiera por 1.000 bolívares, pagaderos a plazos. El carro tenía un pequeño fallo: no abría la puerta del chofer, ya que había sufrido un golpe en esa parte y Ball y su hermano (un manitas) habían arreglado la puerta a base de martillazos. Como la chapa era de las antiguas, muy gorda, la puerta les salió un poquillo más grande que el original y, cuando la cerraron, se quedó condenada.


Pronto me acostumbré a entrar en el coche por la puerta del copiloto y disfrutar de la conducción a toda pastilla por la autopista del este.

Abriendo la ventanilla y a toda velocidad, el aire entraba a raudales y, al abrir la boca, desaparecían los aromas de lo que se había bebido. Era un truco para no levantar sospechas en casa, a la vez que despejaba la cabeza después de una velada tumultuosa. Como no existían controles de alcoholemia ni demás chorradas modernas, a esas horas de la noche se podía imitar a Fangio sin problema, con la única limitación del motor del Hudson.

Miguel Alberto Rodríguez jugaba muy bien al ajedrez y me recomendó el libro del maestro argentino Grau, la mejor obra que se había escrito para aprender el juego.

El GM Roberto Grau
Mi compañero había nacido en Ciudad Bolívar y era hijo único de una familia adinerada, pero venida a menos. A sus 30 años se estrenó como trabajador al entrar en la Shell, pero seguía acostumbrado a la ropa cara, a la lavanda Yardley y al coñac Martell. Éste último era su perdición, ya que siempre pedía "un Martell doble", con lo que agarraba unas rascas (trompas) de cuidado. Además había cogido fama, entre los compañeros, de que "tenía mala bebida", pues solía terminar a puñetazos sus borracheras. Esto fue lo que me hizo evitar su compañía, a pesar de nuestra buena amistad.

En mi trabajo empezaba a estar harto del archivador de tarjetas y se me ocurrió incorporar fotografías de los activos cuya descripción era confusa, por ejemplo "Tinglado  para herramientas", realizando, a la vez, un inventario físico. Se lo propuse a Pedrito, que consiguió la autorización del jefe del depatamento, Mr. Viney, con lo que inicié mi periplo por diversas ciudades y puertos de Venezuela. Siempre llevaba de acompañante algún compañero de la sección y nos desplazábamos en los famosos Humber de la empresa.

Al volante de un poderoso Humber

Recibía un anticipo para el viaje y, al regresar, presentaba una cuenta de gastos, meticulosamente revisada por el Pedrito que no permitía "martillazos" (por lo de la reparación posterior del martillo). Una temporada de auténtico turismo.

(*) Gran Master, el grado superior del ajedrez profesional.

8 comentarios:

  1. Veo que esta etapa fue buena.
    ¡ Que jeta el Mendoza!, aunque hay que reconocer que al no pagar los trajes le quedaba más pasta.

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  2. Qué recuerdos. No creo que yo ahora mismo fuera capaz de recordar los sucesos al más minimo detalle como lo hace Ud. de mi época de 18 a 25 años.

    Lo coches aquellos americanos como el HUDSON que tuvo ( parecidos eran el Plymouth y el Chrisler) eran como carros de combate en cuanto a chapa y motor. Indestructibles.

    Observo que además de las juergas propias de la edad, gustaba de aficiones intelectuales como el ajedrez. Excelente formación la suya.

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  3. Como me decía mi madre "es bueno tener amigos hasta en el infierno" y tener amistad con alguien que sacaba la mano de paseo no está de más.

    Que suerte que la única limitación de velocidad fuese la potencia del coche.

    Me alegra comprobar que cuidaba tanto el cuerpo como la mente...

    Coincido con Tella QUE MEMORIÓN, yo sólo recuerdo que, entre borracheras y fiestas varias, dedicaba algún tiempo al estudio (y para saber que estudié necesito recurrir a las fotocopias que me dieron en la facultad).

    Pero bueno, al final salí de los "buenos", de los que disfrutan con el baúl.

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  4. D. MAMUMA:
    Efectivamente, una etapa inolvidable.
    Como Mendoza había más de uno.

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  5. D. Javier:
    Con aquellos automóviles, chocaba uno con un camión, comno me sucedió a mi, y el coche se quedaba tan fresco.
    Los profesionales del ajedrez son capaces de reproducir, jugada a jugada, una partida de hace meses. Yo ni soy profesional ni recuerdo la partida que jugué ayer, pero este juego debe avivar la zona del cerebro donde se guardan los recuerdos.

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  6. D. isra:
    A pesar de ciertos abusos con el agua de Escocia, hay una parte del cerebro que sigue funcionando bien a estas alturas.
    Ya lo creo que es Vd. de los buenos si persiste en la lectura de este blog. Gracias.

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  7. Cualquiera le hecha a usted una partidita de ajedrez, con semejante maestro no hay quien le rete. Si conservara el automóvil hoy día valdría un dinerito, no como el que gano el de los trajes. Por cierto que era listo el tío, en cuanto tuvo pasta hizo como los ricos, no pagar las facturas, jajaj.
    Saluditos.

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  8. D. Zorrete Robert:
    No crea, a pesar del tiempo dedicado, sigo siendo un aficionado del montón.
    Lo malo del Hudson hoy en día es que sufriría mucho la cartera, con esos seis cilindros.
    Saludos

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