lunes, 9 de enero de 2012

PASEO POR EL BAJO ARAGÓN

Han pasado varios meses y las visitas al metro ya no son tan apresuradas. De vez en cuando nos permitimos ir al cine a ver alguna película de Eisenstein o a disfrutar del gran Angelillo, cantando la popular "¡Ay Carmela!" o la que copio a continuación, que es mi preferida:




Los bombardeos continúan. No puedo recordar bien las fechas, pero ya debemos estar en 1937. Sigue faltando comida, aunque mi padre nos hace llegar alguna cosa cuando puede. En una de sus visitas nos cuenta que han aprobado su traslado al arma de aviación y que lo han destinado al aerodromo de Sarrión. Casualmente en esa población viven familiares de mi madre. Hacemos las maletas y allí nos dirigimos en una ambulancia.


Llegamos a la casa de los parientes y enseguida advertimos el olor que se desprende de una olla enorme que cuelga de la chimenea Nos acercamos y vemos que hierven patatas, zanahorias, repollo y otras viandas que no catamos desde hace tiempo. . Esperanza, la prima de mi madre, nos advierte que se trata de la comida de los cerdos, noticia que causa cierto desasosiego entre mis hermanas y yo. "¿Queréis unas tortillitas?, nos pregunta doña Esperanza, al ver nuestros rostros compungidos. La respuesta es unánime y, poco rato después, nos sirven una descomunal tortilla, de huevos de oca. Lo más rico que recuerdo haber comido en mi vida.

Pasamos unos meses de tranquilidad y bien alimentados. La familia tenía un perro lobo del que me hice muy buen amigo. Salíamos a recoger los frutos de la huerta y el perro no se separaba de mí.

Un día nos invitó mi padre a conocer el aerodromo. Yo estaba entusiasmado ante la oportunidad de ver de cerca a los "Mosca", los aviones de caza que estaban allí destacados.


Tomamos el camino que lleva al campo de aviación mis padres, mis hermanas y yo. Se trata de un recorrido corto y lo hacemos a pie. Cuando estamos llegando, un sonido muy conocido me hace otear el cielo. "¡Aviones, papá!" grito, señalando lo que mis ojos de águila han descubierto. Mis padres no ven nada, pero empiezan a sonar las sirenas de alarma del aeropuerto. Hay una especie de nido de ametralladora vacío, rodeado de sacos de arena y tapado con troncos de madera, al lado de la carretera y mi padre nos hace entrar allí, saliendo disparado hacia el campo. Nos acurrucamos bien en el refugio, mordiendo los trozos de madera que solemos llevar por recomendación médica, ya que evitan rotura de dientes ante una explosión cercana. Empiezan a soltar las bombas y, por primera vez, escucho el terrible sonido que hacen al caer a poca distancia: se parece a la descarga de un camión de piedras.

Una eternidad después, aparece mi padre diciendo que ya ha pasado todo. Volvemos a casa, con el miedo todavía en el cuerpo y mi padre decide que el pueblo ya ha dejado de ser un lugar seguro. Ha conseguido un cambio de destino a Alcañiz y en La Estanca, se ha agenciado una casa.


La Estanca de Alcañiz es una laguna formada por el río Guadalope, embalsada desde hace años con una represa.


La casa está muy cerca de la represa y pasamos unos meses tranquilos, pescando en la laguna y con el único inconveniente de que una perra me ha dejado marcados los colmillos en la pierna izquierda. (Una vez satisfechas las necesidades primarias, ya puede uno quejarse de minucias).

Han pasado otras Navidades sin celebración y los cumpleaños se suceden de la misma manera: transcurren como un día cualquiera. Han venido mis abuelos paternos y el padre de mi padre se entretiene en enseñarme matemáticas y gramática. Está preocupado por mi retraso educativo. Su empeño es difícil de rechazar porque su formación militar hace que sus órdenes haya que cumplirlas a rajatabla. Se retiró del ejército un año antes del golpe de estado, después de comandar un cuartel de caballería en Valencia y tras largos años de servicio en Marruecos.

Nos aproximamos al mes de marzo de 1938. La aviación italiana nos prepara una sorpresa.

12 comentarios:

  1. Bwana este episodio de los aviones ha tenido que ser un recuerdo imborrble en tus recerdos.

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  2. Excelente memoria y relato de hechos que hoy en día muy pocos tienen conocimiento directo.

    Esos años de infancia en guerra son terroríficos. Pîenso que lo bueno de ser niño en esos casos es que rapidamente dejan de tener importancia si el próximo suceso es bueno. No sé si sucedió algo así con Ud.

    Me consuela el pensar que tenía Ud. a sus padres cerca y protegiéndolos, a los niños. Debió de haber muchísimos niños que aún lo pasaron peor por haberse quedado huerfanos.

    Un abrazo, Don Bwana.

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  3. Jopé, Bwana.
    Experimentar un bombardeo en primera línea, pasar hambre y deambular de acá para allá buscando un sitio seguro. Y acordarse tan fielmente después de tantos años y contarlo.
    Esto sí que es memoria histórica.

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  4. Memoria de la buena.

    Como bien sabe Vd. soy un apasionado de la segunda guerra mundial y disfruto leyendo sobre batallas como la de Inglaterra o las Ardenas es evidente que no desearía verme en una situación parecida a la suya, la de espectador privilegiado en primera fila.

    De momento va colmando mis expectativas y espero esa "sorpresa" de la aviación italiana.

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  5. D. MAMUMA:
    Aunque lo deseara (y lo hago a veces), son recuerdos imperecederos.

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  6. D. Javier:
    Cierto, nuevas experiencias sirvieron para olvidar, de momento, los apuros pasados. El despertar de la adolescencia, principalmente, trajo nuevos asuntos en lo que pensar.
    El estar junto a mi familia más cercana en aquellos momentos, fue básico para sobrevivir, tiene Vd. razón.
    Un abrazo

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  7. Dª maharani:
    Como Vd. dice, es memoria histórica "fetén". No crea que tengo los recuerdos muy claros; a veces siento dolor de cabeza al rebuscar en lo profundo de mi cerebro, pero los papeles que encuentro en el baúl me ayudan mucho.

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  8. D. isra:
    Me alegra mucho que le interese el relato. A pesar del adoctrinamiento sufrido durante esos años, procuraré mantener unadescripción de los hechos lo más imparcial posible. No hablaré de "rojos" ni de "fachas", sino de republicanos y nacionales.
    Y no crea que no me cuesta, al recordar lo que pude vivir.

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  9. Don Bwana no me extraña que huya de los petardos. Casi lo primero que le enseñan a uno en artillería es a morder el barbuquejo o algo blando similar para evitar la rotura de dientes y también la de los tímpanos, también a lo abrocharte el barbuquejo porque de hacerlo la onda expansiva de la explosión o del propio cañonazo arranca el casco con cabeza dentro incluida o eso al menos nos enseñaban los instructores. La historia es terrible, pero a mi me gusta y mas con los detalles que lo cuenta usted.
    Saluditos.

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  10. D. Zorrete Robert:
    Efectivamente, también se protegían los tímpanos. El palote era de unos 15 cm por 3 de circunferencia, más o menos. No sabía lo del barbuquejo. Bonito nombre, por cierto.
    Un saludo

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  11. Que delicia esa tortilla!
    Me han venido a la memoria los primeros calamares en su tinta que probé con 7 años en Bilbao.

    Apasionante relato Bwana.

    Saludos afectuosos

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  12. Dª Laati:
    Favor que Vd. me hace.
    Saludos

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