Como habíamos llegado a España en primavera, no nos afectó demasiado el cambio de clima tropical. A fines de 1964, ya en pleno frío, recibimos la visita de mis hermanas, cuñados y sobrinos .
Aquí podemos ver a Maite, mi hija mayor, con sus primos Santiago y Carlos en el balcón del nuevo piso, convenientemente abrigados:
Reunidos de nuevo, la familia casi al completo, incluyendo a mis padres, pasamos unos días estupendos en el Mas Badó, a 50 km de Barcelona. Los paseos por los alrededores del hotel, aspirando el aire puro, abrían el apetito para disfrutar de la excelente comida.
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Los "haigas" de mis cuñados (sendos Mercedes) y mi modesto Opel, a las puertas del hotel. |
Después de tres meses en Els Monjos, la oficina estaba organizada, el personal entrenado y el sistema funcionaba perfectamente. Mr. Wolfe me comunicó que la fábrica de Torrejón de Ardoz estaba a punto de terminarse y que debía trasladarme allí para hacer el mismo trabajo, contratar personal, entrenar y poner el sistema contable en funcionamiento.
Hice varios viajes a Madrid para seleccionar personal y buscar un piso para trasladar a la familia. Por cierto, la noticia del nuevo traslado le gustó mucho a Maite que no aguantaba a mis paisanos; el cambio del confort de Venezuela a la Barcelona de 1964 representaron un retroceso en nuestro nivel de vida, especialmente para élla.
Yo estaba tan satisfecho en mi trabajo y encantado con la comida catalana que no sufría los inconvenientes de la rutina diaria. Lo que sí notaba es que, a pesar de los precios tan bajos, mi sueldo (incrementado a 250.000 anuales) no alcanzaba para cubrir gastos y tenía que acudir al fondo de reserva continuamente. Había repartido el importe recibido de Shell entre pesetas y dólares, a la vez que invertí diez mil dólares en el Fondo de Fondos , conocida entidad norteamericana, propiedad de IOS, que tres años después salió en todos los periódicos por una descomunal estafa. Afortunadamente, me había retirado oportunamente del fondo y pude salvarme del desastre.
Una vez seleccionados los empleados que iban a formar el departamento administrativo de la fábrica de Torrejón de Ardoz y alquilado un piso en la calle Bonn del Parque de las Avenidas, emprendimos el viaje Barcelona-Madrid con gran ilusión, como era nuestra costumbre.
La fábrica de piensos de Torrejón de Ardoz había sido construída bajo la dirección de un norteamericano y de un militar retirado, que le ayudaba. Por cierto que este último, el capitán Moreno, tenía un genio de mil demonios y protagonizaba una pelotera diaria con el americano. cuando éste le gritaba:
"¡Marina, venga enseguida!"
-Mire usted, mister, no me vuelva a llamar Marina, mi nombre es Moreno, ¿enterado?. Le contestaba
-"Okay, Marina", respondía el gringo.
A veces Moreno se armaba de paciencia y le decía:
-"Haga el favor de repetir conmigo MO"
Y el otro repetía: "MO"
"Vale, ahora repita- RE"
Y el americano "RE"
"Perfecto, ahora diga NO"
Y el otro "NO"
"¡Estupendo!, ya lo tienes: MO RE NO"
"Mi comprenda ahora, MARINA", era la contestación de americano.
A pesar de estos pequeños altercados en los que yo tenía que arbitrar, en la fábrica había un ambiente excelente entre empleados y obreros. En las siguientes fotografías en que estamos preparando unas chuletas a la brasa, celebrando no recuerdo qué, puede confirmarse el buen ambiente Los "ejecutivos", como de costumbre, luciendo nuestras elegantes camisas Purina:
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Supervisando la preparación artesanal de las chuletas |
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Simplemente al ver estas fotos, me ha parecido oler un delicioso aroma |
Lo que no me gustaba era subirme a los silos a fin de mes, para hacer inventario de los cereales almacenados. Se exponía uno a caer desde 20 metros de altura o que saltara alguna chispa que originara una explosión, cosa no rara en el almacenaje de granos. Pronto traspasé los trastos al que iba a ser jefe de contabilidad de la fábrica y que tenía menos vértigo que yo.
Otro compañero, Manuel Barrio, había sido trasladado desde Barcelona para encargarse de las compras. Nos hicimos buenos amigos y descubrimos los sitios donde se comían chuletas de cordero a la brasa, aunque tuviéramos que desplazarnos hasta San Fernando de Henares.
Una vez a la semana teníamos la visita de Mr. Wolfe, el gerente, que estaba contento por cómo marchaban las cosas. Me pidió que localizara a un director de fábrica para irlo entrenando. Tras intensa búsqueda, encontré a un capitán de la marina mercante que recibió el beneplácito del jefe. Aquí estamos todo el personal administrativo con los jefes de fabricación:
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El chucho se llama León |
Desde el Parque de las Avenidas salia a las 7 de la mañana en el Opel con dirección a Torrejón. El intenso frío que empezaba a sentirse obligaba a ir bien abrigado. Similar frío sentíamos en Madrid y la familia entera, sufrimos las consecuencias pillando unas gripes de mucho cuidado. El cambio desde el trópico era demasiado violento y Maite y las niñas estaban hechas una pena. En la zona había un médico, Dr. Restoy, que venía todos los días a ponernos inyecciones (costumbre ésta, el médico viniendo a casa, lamentablemente perdida). Llegamos a plantearnos mandar todo a hacer pugnetas y regresar al calorcito de Venezuela.
Recuperada la salud, decidimos comprar un piso por la misma zona (nosotros celebrábamos cualquier acontecimiento mudándonos).
Conseguimos uno en la calle Bolonia que hacía esquina. Como el mercado de alquiler era iínfimo, hubo que comprar, con gran disgusto de mi parte, conocedor de las desventajas de invertir en inmuebles, según proclama la teoría económica. Por supuesto, también tuvimos que amueblar la casa de arriba abajo.
No tengo muy buenos recuerdos del sitio porque no había manera de dormir tranquilamente. Entre los benditos serenos y los malditos "trasnochadores amarretes" (los que no gastan en una llave), había un concierto de palmeros llamando al sereno que impedían conciliar el sueño. Para remate, las paredes dejaban oir las constantes llamadas de la vecina a su marido que, por lo visto, prefería la televisión.
"¡Prudencio, ven a la cama!", así, persistentemente, de 11 a 1 de la madrugada.