miércoles, 29 de febrero de 2012

AUDITORÍAS


Venezuela es un país que dobla en extensión a España. Con las tierras que, según dicen, les arrebataron los ingleses en Guayana, los colombianos en Perijá y los brasileños por el sur, llegarían al millón de kilómetros cuadrados.

En un país tan grande y con los pobres medios de comunicación existentes en la mitad del siglo XX, era complicado mantener un control de las actividades que, en su carácter de suministradora de productos y servicios, realizaba la división de ventas de Shell en todo el territorio. En numerosos pueblos y en todas las ciudades, existían los lamados Depósitos o Agencias, donde se almacenaban gasolinas, fuel y lubricantes, que se vendían a gasolineras locales. Por el reducido tamaño de las operaciones en algunas poblaciones,  las funciónes de vender, cobrar y controlar el almacén, recaían en el propio jefe de la agencia, ayudado por un par de administrativos y media docena de obreros.
Esto no es conveniente según las más elementales normas de control interno. Es como si el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial recayeran sobre la misma persona. Por esa razón, la actividad de los auditores de control interno se multiplicaba.

Los auditores internos eran considerados en la Shell como una especia de servicio secreto de la Dirección. Su presencia en cualquier lugar de trabajo, con sus lápices de color verde,  causaba pánico entre el personal, a unos por la tabarra que daban pidiendo datos y a otros porque tenían algo que ocultar. Como mi sección se ocupaba del control de gastos de agencias y depósitos de  la empresa en Venezuela,  cuando detectábamos algo sospechoso, solicitábamos los servicios de los auditores.

El amigo Solís me enseñó algo que le parecía raro: uno de los vehículos de la empresa en el almacén de La Guaira, presentaba gastos de aprovisionamiento de gasolina siempre coincidentes, 40 litros de super. Como en Venezuela todo el mundo pide que le llenen el tanque (full), resultaba extraño que siempre fueran 40 litros y no 37,5, 43, etc.
Enviado el auditor a investigar, descubrió que el chofer del camión pedía a la gasolinera que le facturaran 40 litros, aunque le hubieran servido 25, porque pasaba más tarde con su vehículo particular a recoger la diferencia.

Otro caso curioso sucedió en Ciudad Bolívar, a  600 km. de Caracas.


En esa ocasión el jefe del departamento me pidió que acompañara al auditor en la investigación, pues se trataba de algo raro que había detectado el departamento de personal.
Hicimos los 600 kilómetros de una tirada, y turnándonos en la conducción de uno de los estupendos Jaguar de los auditores.


Llegamos a la orilla del Orinoco, frente a Ciudad Bolívar, al anochecer, cruzando los 900 metros del  río en un ferry. Se trata de la parte más estrecha de este caudaloso río y por tal razón, los conquistadores llamaron Angostura a esta ciudad.
Nos hospedamos en un hotel recomendado y a las 7 menos cuarto de la mañana siguiente estábamos Méndez, el auditor, y yo, en la puerta de las oficinas. A las 7 empezaron a llegar los 4 empleados y el jefe, algo sorprendidos al vernos. Mientras Méndez le pedía los libros de contabilidad al jefe, yo me situaba al lado del cajero, mientras realizábamos un arqueo de caja.

A las 8 empezaron a llegar los obreros del almacén, ya que era día de nómina y sustituí al cajero para hacer los pagos. Por no hacer demasiado largo el asunto, resumiré diciendo que dos fulanos que venían a cobrar no eran empleados de la empresa, pero que lo venían haciendo todas las quincenas porque eran familiares y los interesados estaban de baja por larga enfermedad.
Por su parte, Méndez encontró también irregularidades en los libros.

Nos despedimos atentamente no sin antes informar al jefe de la oficina lo que habíamos encontrado y escribir su reacción en nuestro informe.

Poco tiempo después también tuve que acompañar a otro auditor, Alberto Marín,  al depósito de San Cristóbal, en plenos Andes venezolanos, cerca de la frontera con Colombia.


La orden vino de muy arriba, nada menos que del Controller de la Shell y nos pidió que hiciéramos el viaje  en total secreto, sin informar a nadie y sin utilizar los medios de transporte y alojamiento que empleaban normalmente los auditores. Incluso nos dió un anticipo para gastos de viaje de su propio bolsillo. Se trataba, según nos dijo, de averiguar cierto desfase que habían detectado entre las fechas de cobro de las facturas de clientes y su ingreso en el banco. 
Marín me advirtió que teníamos que andar con mucho cuidado con el jefe de la oficina de San Cristóbal porque le habían comentado que iba armado con un Colt 45.

Hicimos en viaje en un potente avión de la LAV, nos hospedamos en un hotel de las afueras de la ciudad y, al día siguiente, empezamos a entrevistarnos con clientes y bancos. A los tres días teníamos pruebas de que el jefe del depósito, tardaba varios días en depositar lo cobrado.
Nos entrevistamos con el sujeto y le explicamos lo que habíamos encontrado, éso sí, con mucho tacto. Tras beberse dos vasos de agua, sin ofrecernos la bebida, confesó que había utilizado los fondos para financiar una empresa de transporte particular, pero que siempre los reponía  hasta el último céntimo.

Volvimos a Caracas sin un rasguño y presentamos nuestro informe a la autoridad corrrespondiente.
Intervine en un par de asuntos similares más, pero no los cuento porque ya me parece agotado el tema.
El del Colt 45 se dedica ahora, en exclusiva, a su empresa de transportes.

martes, 28 de febrero de 2012

HUMOCARO BAJO

Los compañeros Aguiar y  Rivera me proponen irnos, en las vacaciones de Semana Santa, a casa de unos amigos en Humocaro Bajo, un pueblo al sur del Estado Lara donde, aseguran, lo vamos a pasar de maravilla. Como todavía no me he recuperado de las parrandas del Carnaval, me parece oportuno pasar unos días en el campo respirando aire puro y acepto. Hacemos el trayecto en autobús ARC, hasta Barquisimeto, la capital del estado, a 400 km de Caracas.Nos esperan los amigos de Aguiar en su casa de esta ciudad, para pasar allí la noche y salir al día siguiente hacia Humocaro Bajo.

Como vengo sudado del viajecito en el bus, pido permiso para bañarme y me indican el lugar correspondiente. Detrás de la puerta hay una sala al aire libre, con numerosas plantas y, en el centro,  un barril de 200 lts., lleno de agua. También capto una jabonera con una panela de jabón y una totuma.


Como los de la capital no estamos acostumbrados  a estas modernidades, tengo que reflexionar  sobre el procedimiento para tomar el baño. Supongo, y así lo hago, que se echa uno agua del barril con la totuma, se jabona y, a continuación, se introduce el cuerpo dentro del barril. Esto último no ha sido sencillo, por cierto.

Luego, comentando el tema con los amigos, me entero de que habia que aclararse el jabón con la totuma y que meterse en el barril es una incorrección.

A la mañana siguiente salimos hacia Humocaro Bajo en el coche de uno de los hijos de los dueños. Llegamos a este pueblo, metido dentro de las montañas de las estribaciones de los Andes y nos acogieron con cariño y simpatía el matrimonio amigo de Aguiar, sus hijas y unas primas. Nos acomodaron en sendos aposentos de la enorme casa colonial. La edificación era preciosa con una serie de patios ajardinados interiores, rodeados de galerías plagadas de flores, aunque ciertas comodidades brillaban por su ausencia. En efecto, el cuarto de baño consistía en una ducha exterior y un cuartito con una fosa séptica en la que había que hacer equilibrios y taparse las narices simultáneamente.

Llegada a Humocaro Bajo. Aguiar es el primero a la izquierda

En la plaza de Humocaro Bajo. Estamos el médico del pueblo, servidor y  unas jóvenes del lugar

Por la tarde Aguiar nos convenció a Rivera y a mí de que lo acompañáramos a saludar al párroco. El cura se dirigía a Humocaro Alto y nos recomendó el paseo que, según decía, era espectacular.

Con el padre Roque


Me llamó mucho la atención que el padre Roque no me preguntara si iba a la iglesia, como hacían todos los curas que había conocido. Se limitó a darnos unas clases de botánica, aprovechando la frondosa vegetación del camino. Curiosamente  Humocaro Alto está más cerca del nivel del mar que Humocaro Bajo.
Nuestros anfitriones nos tratan con una amabilidad desconcertante, dándonos las tres comidas diarias con la mayor naturalidad. Hay algunos platos que me resisto a comer, como el cocido de cachicamo, (armadillo) empleando las más elaboradas excusas para rechazarlo (estoy lleno, etc.etc.). Pero es que he visto al animalito y no me atrevo a hincarle el diente.


Al día siguiente, mientras paseábamos con las chicas por la plaza del pueblo, noto una conversación aparte entre Aguiar y uno de los dueños de la casa. Me acerco y pregunto a mi amigo si pasa algo.
-"Bwana, no digas nada pero parece que hay una epidemia de tifus en el pueblo", me dice en voz baja.
-"Habrá que ir al médico y vacunarse inmediatamente", le contesto, sobresaltado y empezando a notar que me sube la temperatura. 
-"No hay que preocuparse, hasta hoy sólo han habido dos muertos", replica Aguiar. 
Ante mi insistencia, nos acercamos al consultorio y el doctor nos dice que no podremos vacunarnos porque se le han terminado las vacunas y hasta dentro de 3 días no le llegan desde Caracas. 

Me reuno con mis amigos y les digo que mis vacaciones se han terminado y que regreso a Caracas. Aguiar dice que se queda, pero Rivera me acompañará. El problema es que no hay autobús ni otro medio de transporte hasta dentro de dos días. Resuelvo someterme a una dieta rigurosa y no probar ni el agua. 
Esa noche, en medio del jolgorio general, me confiesan que la tal epidemia es mentira, que se trata de una broma que gastan a los forasteros. Hasta que no lo confirmé con el médico no me convencí. 
Como la broma me ha parecido algo pesada, a los dos días me largo del lugar, con viento fresco, no sin antes darles las gracias por su amabilidad y buen humor.

lunes, 27 de febrero de 2012

LA DÉCADA PRODIGIOSA

Empezamos los felices años 50 mudándonos a una quinta (chalet)  en la Avenida Las Acacias, en  la zona de Sabana Grande; mejor dicho, a dos, porque estuvimos unos meses en una, con un gran jardín y luego nos cambiamos a otra, de dos pisos, situada detrás de la casa de los propietarios. Puede considerarse como la última vivienda que habitamos en Caracas toda la familia.

Imágenes de la calle Sabana Grande

A principios de 1950, trasladan a mi padre a la medicatura de La Cañada, un pueblo al sur de Maracaibo. No le hizo ninguna gracia, pues estaba feliz en Baruta, tan cerca de Caracas. Pero el ministerio de sanidad tenía preferencia por los médicos criollos y, cuando salia una promoción de la Universidad, el recién graduado podía escoger destino, aunque estuviera ocupado por médicos extranjeros. Y Baruta era muy goloso por su cercanía a Caracas.

Casa de La Cañada

Aproveché unos días de  vacaciones  para ir a visitar a mis padres y, de paso, ver a Matilde en Maracaibo. Hice el viaje en un avión de la Línea Aeropostal Venezolana, LAV, más tarde identificada como Le Aseguramos Velorio, por su tendencia a estrellarse. Aprovechando mi visita, la madre y tías de Matilde me invitan a recorrer los templos de la ciudad, cosa que acepto con resignación, aunque me niego a entrar en las iglesias, causando bastante desconcierto. Les aclaro que aún estoy muy influído por las consecuencias de la guerra en España y se quedan, más o menos, tranquilas. Tras el incidente no me vuelven a dejar ni un minuto a solas con la chica. Todavía la volveré a ver, dentro de un año, en La Guaira, cuando salían en barco hacia el Vaticano para no sé que celebración católica.

En la Shell me han ido bien las cosas, ya que el año pasado me trasladaron a la Sección 11, donde se lleva el control de gastos de las agencias y depósitos de ventas y me acaban de nombrar jefe de la misma. Hubo ciertas reticencias, según mi antecesor,  por mi corta edad, 24 añitos, pero el jefe del departamento, Mr. Viney, parece que confía en mi persona.

Al mando de la A-11

Tengo unos ayudantes sensacionales: José de Luca, un napolitano casado con una venezolana, hija de un coronel del ejército. Eliecer Solís, caraqueño, también casado; y otros tres,  Aguiar y Rivera, solteros y Villalobos, un maracucho que vivía en los USA y que se ha traído una americana de esposa. Además tengo secretaria, la Sra. Cristina Valitutto, también caraqueña y muy apreciada por Mr. Hatherley, el jefe de mi jefe, a quien le debe parecer guapísima, al contrario que a mi.  Todos somos jóvenes,  entre los 25 y los 35 años y con un buen humor y ganas de broma permanentes.

Aguiar es un caraqueño poco usual, ya que ni bebe ni le gusta la pachanga.  Rivera es de Maracaibo, muy bien educado, con una piel aceitosa que le obliga a pasarse constantemente el pañuelo por la frente. Tiene un gran parecido con Peter Lorre:


Por su parte Villalobos habla con un acento mezcla de maracucho con yanqui y está siempre sonriendo. A pesar de hablar inglés, la empresa no tiene grandes esperanzas en él.

Aguiar, Rivera y yo nos hemos hecho buenos amigos y compramos, en comandita, un poderoso Lincoln para ir de excursión a las playas.


El carro está en peores condiciones que el de la foto y por esa razón nos lo han puesto muy barato. Como tenía el techo  deteriorado, mis amigos le instalaron unos trozos de lona, pero que eran de distintos colores, con lo que el coche ha quedado hecho un asco. Encima nos ha fallado el motor, un 12 cilindros en línea  y hemos terminado vendiéndolo como chatarra. Como ya he contado, terminé comprándome un Hudson para mi uso particular.

Hace poco ha sucedido un incidente que nos ha recordado que vivimos en una dictadura. Íbamos Solís y yo en el coche de De Luca, cuando otro carro ha hecho una maniobra imprudente provocando la protesta de De Luca. Al momento han salido dos funcionarios, armados con pistolas, han sacado del coche a nuestro amigo y se lo han llevado detenido. Solís y yo nos hemos quedado boquiabiertos y hemos telefoneado a su mujer inmediatamente. Más tarde nos enteramos de que el suegro de De Luca, el coronel,  ha tenido que remover cielo y tierra para conseguir sacarlo, a las 24 horas, de la cárcel.

Aunque la persecución de políticos y las injusticis fueron  terribles, al haber del dictador hay que apuntarle su afán por modernizar las carreteras e impulsar el desarrollo de la construcción. Su gobierno dejó una cantidad de obras de calidad sin precedentes, entre éllas, la autopista Caracas-La Guaira, el Círculo de las Fuerzas Armadas, la Planta Siderúrgica del Orinoco, el Sistema de Electrificación del Río Caroní, el Centro Simón Bolívar, las urbanizaciones obreras Unidad Residencial El Paraíso y Ciudad Tablitas, y la ciudad vacacional Los Caracas.

Al César lo que es del César.

jueves, 23 de febrero de 2012

AMIGOS Y COMPAÑEROS DE CURRO

El cambio al nuevo edificio de la Shell en San Bernardino coincidió con la llegada, en 1948,  de británicos y holandeses (musius) ex combatientes de la II Guerra mundial. La mayoría no tenían idea de contabilidad pero la empresa los colocaba en puestos de confianza. Uno de éllos, Frank Jones, había sido cobrador en un autobús de Londres antes de la guerra. Era un tío muy simpático y no se molestaba, o no entendía, cuando le llamábamos Franciscojones. Lo nombraron jefe de a sección A-14, el almacén de suministros de oficina.
Como algún supersticioso había omitido la "A-13", los empleados la utilizábamos para designar el cuarto de baño. "¿Dónde está Pérez?, "...en la Sección 13".

Yo continuaba en la sección A-5, donde había un nuevo jefe, un tal Pedrito Hernández, un maracucho de 37 años, al que mis compañeros Ernesto Ball, Miguel Alberto Rodríguez y yo, no le teníamos demasiado aprecio. Los tres disidentes éramos aficionados al ajedrez y Ball era amigo de Gerardo Budowsky, un ruso nacionalizado, GM (*) que era campeón de Venezuela.
Solíamos organizar torneos en casa de Ball, bajo la supervisión y enseñanzas de Budowsky. De vez en cuando, el campeón aceptaba jugar simultáneas contra nosotros, pero las jugaba a ciegas, ganando siempre, por supuesto.

Gerardo Budowsky

El hermano de Ernesto era periodista deportivo y ambos  apasionados por ese deporte-juego. En Venezuela había gran afición por las carreras de caballos y se apostaba todas las semanas al boleto del "5 y 6", cinco o seis ganadores. Precisamente, Mendoza, un compañero de trabajo tuvo la suerte de ganar una suma importante en aquella época, 200.000 bolívares. Antes de renunciar a su empleo, me preguntó la dirección de mi sastre, para encargar cuatro ternos del mejor cashemir inglés. Tres meses más tarde, me telefoneaba el sastre pidiéndome la dirección de Mendoza, porque todavía no le había pagado la primera cuota. Resulta que el gachó había negociado la compra a crédito, a pesar de la fortuna que acababa de ganar. Encima no pagaba.


Desde 1948 tenía carnet de conducir, gracias a las facilidades de entonces para obtenerlo. Ball quería cambiar su viejo Hudson por otro más moderno y conseguí que me lo vendiera por 1.000 bolívares, pagaderos a plazos. El carro tenía un pequeño fallo: no abría la puerta del chofer, ya que había sufrido un golpe en esa parte y Ball y su hermano (un manitas) habían arreglado la puerta a base de martillazos. Como la chapa era de las antiguas, muy gorda, la puerta les salió un poquillo más grande que el original y, cuando la cerraron, se quedó condenada.


Pronto me acostumbré a entrar en el coche por la puerta del copiloto y disfrutar de la conducción a toda pastilla por la autopista del este.

Abriendo la ventanilla y a toda velocidad, el aire entraba a raudales y, al abrir la boca, desaparecían los aromas de lo que se había bebido. Era un truco para no levantar sospechas en casa, a la vez que despejaba la cabeza después de una velada tumultuosa. Como no existían controles de alcoholemia ni demás chorradas modernas, a esas horas de la noche se podía imitar a Fangio sin problema, con la única limitación del motor del Hudson.

Miguel Alberto Rodríguez jugaba muy bien al ajedrez y me recomendó el libro del maestro argentino Grau, la mejor obra que se había escrito para aprender el juego.

El GM Roberto Grau
Mi compañero había nacido en Ciudad Bolívar y era hijo único de una familia adinerada, pero venida a menos. A sus 30 años se estrenó como trabajador al entrar en la Shell, pero seguía acostumbrado a la ropa cara, a la lavanda Yardley y al coñac Martell. Éste último era su perdición, ya que siempre pedía "un Martell doble", con lo que agarraba unas rascas (trompas) de cuidado. Además había cogido fama, entre los compañeros, de que "tenía mala bebida", pues solía terminar a puñetazos sus borracheras. Esto fue lo que me hizo evitar su compañía, a pesar de nuestra buena amistad.

En mi trabajo empezaba a estar harto del archivador de tarjetas y se me ocurrió incorporar fotografías de los activos cuya descripción era confusa, por ejemplo "Tinglado  para herramientas", realizando, a la vez, un inventario físico. Se lo propuse a Pedrito, que consiguió la autorización del jefe del depatamento, Mr. Viney, con lo que inicié mi periplo por diversas ciudades y puertos de Venezuela. Siempre llevaba de acompañante algún compañero de la sección y nos desplazábamos en los famosos Humber de la empresa.

Al volante de un poderoso Humber

Recibía un anticipo para el viaje y, al regresar, presentaba una cuenta de gastos, meticulosamente revisada por el Pedrito que no permitía "martillazos" (por lo de la reparación posterior del martillo). Una temporada de auténtico turismo.

(*) Gran Master, el grado superior del ajedrez profesional.

miércoles, 22 de febrero de 2012

MÁS MUDANZAS

En el liceo nocturno se está aplicando  una nueva ley, invento del ministro de turno, que consiste en el estudio por semestres. En lugar de ir sacando las  materias por año, se empieza por cuatro: matemáticas, geografía, historia y lengua, hasta que se terminan. Esto da lugar a que, hasta el quinto semestre, no se empiece con botánica y otras materias. Años después, un nuevo ministro de educación vuelve al sistema anterior por años.

Al finalizar el tercer semestre nos trasladan a otro edificio, el del Liceo Fermín Toro.



El edificio no está mal, pero la zona era una de las peores de Caracas: El Silencio.


(Durante los años 50 se construyeron las Torres de El Silencio, que abrían una monumental avenida, la Libertador, eje básico de la remodelación de Caracas  que  mejoraría mucho la zona)


Barrio de El Silencio

Por la naturaleza de nuestro instituto, no contamos con edificio propio y tenemos que estar de re-alquilados.
Hay algunas protestas de los estudiantes, pero sin resultado. Algunos compañeros y yo empezamos a notar las dificultades de compaginar el trabajo con los estudios y la pachanga y empezamos a pensar seriamente en abandonar. Sólo falta una excusa razonable y ésta se produce cuando un profesor, que también da clases en la escuela militar, se presenta en uniforme en nuestra aula. Ni mis compañeros ni yo podemos aceptar a un señor vestido de tal guisa dándonos lecciones de geografía, así que protestamos ante él y, luego, en la dirección, consiguiendo que se vista de paisano.
En los siguientes exámenes nos espera la sutil venganza del fulano, manifestada con suspensos distribuídos adecuadamente. No hubo manera de sacudirse el castigo y los afectados abandonamos el Liceo definitivamente.

A mis 22 febreros empiezo a notar algunos ataques furtivos por parte de compañeros de trabajo con hijas casaderas. Todos los sábados hay bailoteo en alguna de sus casas, con abundancia de tequeños, ensalada de gallina y mucha cerveza. Las chicas están al loro y uno termina por huir de las invitaciones por temor a ser pescado en sus redes casamenteras. Yolanda, una atractiva hija del jefe de la sección de seguros, es especialista en la jugada. Cuando bailo con élla, tiene la costumbre de clavarme las uñas en la nuca mientras me besa la oreja. Una auténtica tortura provocar de esa manera ante tanta gente, incluyendo sus padres. No dudo en huir de la encerrona con mis mejores excusas.

Prefiero reunirme con Irma, una compañera del Liceo que también ha dejado los estudios. Siempre me invita a fiestas en las que actúa su hermano, cantante de una orquesta de baile muy popular. Es una chica morena de pelo y piel, cuerpo escultural y muy simpática. Es tan alta como yo, por lo que le he pedido que no se ponga tacones (Comprendo al Sarko y sus problemas con la Bruni). Un día andamos paseando y, por la esquina de La Torre, nos cruzamos con mi madre y mi hermana Elvira que, afortunadamente, van por la otra acera y puedo disimular que no las he visto.

Cuando llego a casa me pregunta mi madre; "¿quién es esa negra de pelo verde?". Le digo que es una compañera de trabajo y que no se trata de ninguna novia. Conozco bien la opinión de mis padres sobre las mezcolanzas raciales, por lo que procuro quitarle hierro al tema. Mi hermana no desaprovecha la oportunidad para recomendarme que vaya al oftalmólogo.

Curiosamente, no me había dado cuenta del color tan extraño del pelo de Irma. Debo estar integrado totalmente en este país.

martes, 21 de febrero de 2012

MÁS GOLPES.

A principios de 1948, el  escritor Rómulo Gallegos, miembro de Acción Democrática, ha tomado posesión de su cargo como Presidente de Venezuela, tras haber ganado unas elecciones por amplia mayoría. El partido ya estaba mandando desde la Junta mediante el otro Rómulo, Betancourt, así que estamos en pleno mandato socialista. Veamos unas fotos de los "romanos":

Rómulo Betancourt
Rómulo Gallegos
Sin embargo, poco les va a durar tanta alegría, pues en noviembre hay otro golpe de estado y, en esta ocasión, los militares ya no confiarán en AD como en el 45. Se instala en el poder una Junta Militar formada por los coroneles Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y Llovera Páez, presidida por el primero de los nombrados.

Junta Militar de 1948

El 13 de noviembre de 1948 se produce un hecho digno de los cerebros que se cargaron a Kennedy: el presidente de la Junta Militar, teniente-coronel Delgado Chalbaud es asesinado, según cuentan, por un tal Simón Urbina que, ¡oh coincidencia!, muere cuando es detenido. Se producen una serie de episodios de distracción, hasta que Pérez Jiménez se deja de vainas y se proclama presidente de Venezuela. Una "presidencia" que duraría diez años. Hay una desbandada general de los partidos políticos y desaparecen del mapa AD y el PCV.


Entre tanto, la Shell ha consolidado sus variadas inversiones en el país bajo el nombre de Compañía Shell de Venezuela y trasladado a todo el personal de las diversas oficinas en Caracas a un edificio, recien construído en la Avenida Vollmer de San Bernardino. Para los empleados resulta estupendo trabajar en unos locales magníficos y tener la oportunidad de conocer a gente de otros departamentos. Una curiosidad, el suelo del edificio era de placas de corcho.

Edificio Shell, San Bernardino
Las otras empresas petroleras también han construído enormes edificios. El tremendo desarrollo de la industria en el país hace que éste sea cada vez más atractivo para las compañías del ramo. Pronto se llegará a una producción de 3 millones de barriles de crudo al día, situando a Venezuela como segunda potencia petrolera mundial.

Shell, Creole, Mene Grande  y Socony decidieron crear un lugar de esparcimiento para el personal. A tal efecto alquilaron un magnífico club situado en Los Palos Grandes, una urbanización del este de Caracas y a las faldas del monte Ávila. La zona este de la capital estaba experimentando un crecimiento enorme y constituía el lugar preferido de la clase media-alta.

El club Los Palos Grandes tenía unas instalaciones deportivas muy completas y un club social donde, todos los sábados, actuaban las orquestas de baile más importantes de Venezuela. Para llegar al club había que subir una empinada cuesta de unos 1.000 metros que se hacía en coche, propio o en el de los amigos. Allí nos reuníamos amigos de la Shell y hacíamos amistad con personal de otras empresas petroleras, aunque los encuentros eran más en el bar que en la pista de tenis.


Aquí va un ejemplo de la música de Luis Alfonzo Larrain y su orquesta, una de las preferidas de la juventud. Música suave, lenta y para bailar muy cerca y con  Elisa Soteldo, la voz que acaricia.




Esta otra es la "Billo´s Caracas Boys", para bailar separado y pegando saltos. No nos gusta.


lunes, 20 de febrero de 2012

LICEO JUAN VICENTE GONZÁLEZ

Antes de irse a los USA mi padre ha hablado seriamente conmigo y me ha preguntado si pienso ser "un chupatintas" el resto de la vida. Como ya cumplí los 19 debía estar en la Universidad, me dice. Y como antes hay que hacer el bachillerato, resuelvo inscribirme en el Liceo Juan Vicente González, donde  las clases empiezan a las 6 de la tarde. Como salgo a las 5 de la oficina, no me será demasiado complicado complacer a mi progenitor. Además las clases se dan en el edificio del liceo Andrés Bello, donde tenía tanta ilusión de estudiar cuando terminé en la Experimental Venezuela:


Los compañeros de clase, un total de quince, tienen mi misma edad , aunque hay algunos más talluditos. Son, como yo, gente que está trabajando y quieren sacarse el bachillerato. Hay unos cien estudiantes en los otros cursos y se nota bastante agitación en los pasillos y en las aulas porque se van a celebrar elecciones entre los estudiantes para designar al Comité Estudiantil del Liceo. Además se va a elegir a la "Reina" del Instituto, evento al que le tienen mucha afición en este país. Hay postuladas dos candidatas, pero nosotros, los del primer curso, decidimos presentar a Magali, una chica espectacular que, finamente, gana la elección.


Para el Comité hay dos grupos que se presentan: el Grupo Unión y el Partido Culebrista. En una asamblea general de los estudiantes, que se celebra en el salón de actos, nos piden, a los del primer curso, que optemos por una de las dos opciones. Protestamos enérgicamente porque no se nos ha avisado a tiempo y queremos una vela en el entierro. Se resuelve atrasar la votación para que los de primero  nos decidamos. Lo que hacemos, a toda prisa, es lanzar nuestro propio grupo, con el nombre de "Los novatos". Como el sistema electoral permite a los participantes votar por individuos y no por planchas, resulta electo un servidor como tesorero del Comité y el resto, otros cinco componentes, son del Partido Culebrista.
En Venezuela esta situación se denomina: "estar como cucaracha en baile de gallinas". Pero las "bailarinas" son unos tíos simpatiquísimos y me aclaran que el título de "culebrista" se asigna a todo aquel que le guste la juerga (la movida, como dicen aquí).
Además me entero de que el otro grupo, el "Unión", recibe una subvención del partido Acción Democrática que, como ya he mencionado, representa al socialismo en Venezuela. Es la manía que tienen y han tenido de querer mandar en lo que sea, hasta en un modesto comité estudiantil.

Entretanto en casa estamos bajo el cuidado de la abuela, ya que mis padres se han trasladado a Baruta, donde han alquilado una casa al lado de la Medicatura, aunque vienen a menudo a Caracas.

Casa en la plaza de Baruta. En 1948 no la habían guarreado con grafiti.
Mis hermanas están estudiando y los fines de semana los pasan con mis padres en Baruta. Yo voy un fin de semana sí y otro no, ya que mi pertenencia a la Junta de Estudiantes y reuniones con los culebristas, ha conseguido que me aficione a la pachanga (*). Entre las fiestas culebristas y los "picoteos" (**) organizados por gente de la oficina, estoy muy ocupado los fines de semana. En Baruta tampoco se pasa mal, ya que hay algunas chicas interesantes, sobre todo una rica heredera de  16 años, a la que llamaré Julia, porque no recuerdo su nombre. Ya contaré alguna cosa de Julia más adelante.

La alegría de la gente joven  de Caracas era proverbial, como también lo eran su simpatía y  generosidad. Las hormonas estaban en plena actividad y las dificultades sociales para establecer contacto con el sexo opuesto no hacían más que exacerbarlas. El baile permitía ciertos acercamientos tolerados y los jóvenes preferíamos el bolero, que se bailaba bien ajustado a la pareja, en lugar de  las guarachas y otras mamarrachadas para demostrar habilidades bailadoras. Los acontecimientos políticos no alteraban nuestras ganas de festejos y, hasta bien entrado 1950, no nos percatamos de que estábamos bajo una nueva dictadura.


En época de Carnavales, que se celebraban en establecimientos cerrados, pagando una entrada, la alegría se desbordaba y no recuerdo haberme divertido más en la vida. En el hotel Ávila, el mejor de la capital entonces, se bailaba al son de la orquesta de Aldemaro Romero o, en ocasiones, con famosas orquestas cubanas o mexicanas. Lo mismo sucedía en el Club Casablanca y en otros lugares conocidos de la ciudad.

Hotel Ávila, Caracas
Eso de imitar el carnaval de Río que se acostumbra ahora, con ridículos desfiles callejeros para jolgorio de transexuales, no se había inventado todavía. Para llevar careta había que estar en un local y los conocedores preferían a las chicas con la cara descubierta, para evitar sorpresas.
Había un grave inconveniente y era el exceso de varones con respecto a chicas al descubierto. Abundaban las disfrazadas de "negrita", tapadas hasta las manos.
Esta negrita huele a negrito
Las evitábamos porque, debajo de esos guantes, aparecían unas manos arrugadas. Bastaba ofrecer un cigarrillo para echar un vistazo al quitarse los guantes. Resultaban bastante provocativas y alguno incluso tuvo la suerte de pillar cosa fina. Pero había que ser muy valiente para exponerse a perder la noche de forma lamentable. Las preferidas solían ser las disfrazadas de odalisca



Aunque resultaban difícilísimas de ligar, al menos se podía examinar bien la mercancía y entretenerse con algún roce fortuito.

Y mientras uno se hacía ilusiones, los políticos estaban a lo suyo.


(*) Pachanga, bonche = fiesta
(**) Picoteo= baile con tocadiscos

jueves, 16 de febrero de 2012

NEGOCIOS CHATOS

En los años 40 y 50,  como consecuencia de las guerras y de las posteriores hambrunas,  entraron en Venezuela miles de inmigrantes. Entre españoles, italianos y portugueses sumaban cerca del millon de personas. Los paisanos se metieron en todo tipo de actividades, gracias al dominio del idioma. Los italianos se dedicaron, principalmente, a la construcción y los portugueses, mayormente, abrieron "botiquines" (bares).  El país estaba en pleno desarrollo y muchos lograron triunfar a base de esfuerzo y dedicación. Probablemente en sus países, con igual ahinco, hubieran tenido el mismo éxito.

Durante la revuelta del 18 de octubre del 45, se produjo un hecho que causó gran impacto entre la colonia española. Un aragonés, que había luchado en la batalla de Teruel sin sufrir un rasguño, se asomó a la terraza de su edificio para mirar a qué se debía un alboroto en la calle. En ese preciso momento, una bala le atravesó el cráneo.

En casa no hemos prestado mucha atención a estas escaramuzas. Estamos en plena mudanza a un piso en el centro de Caracas. Ubicado de Corazón de Jesús a la esquina de Perico, queda bastante cerca de mi oficina que, ¡oh curiosidades de la vida!, también se ha mudado, a la esquina de Veroes, al lado de la plaza Bolívar.

Esquina de Perico

Las oficinas estaban en el edificio grande de la esquina de Veroes

Nos vamos modernizando, tanto en casa como en la oficina y ahora estamos en grandes edificios. Mi padre se ha marchado a los USA, a una convención de los laboratorios Squibb en Nueva York. Antes de irse ha tomado unas clases intensivas de inglés, creo que sin mucho resultado. Su profesor le ha tenido que explicar el truco del "I see", con lo que puede mantenerse el tipo durante una conversación.

Cuando vuelve de Nueva York nos cuenta las maravillas de la "gran manzana"; incluso creo que se pasó un poco, pues estuvo varios años con el mismo tema. De la empresa no habla tan bien, pues le han denegado el ascenso a supervisor de la zona del Caribe, a lo que aspiraba. Como consecuencia, renuncia y vuelve a emplearse en el sistema sanitario de Venezuela, teniendo  la suerte de que lo nombren médico de Baruta, una población cercana a Caracas y que se convertirá en la zona de descanso de la gente pudiente de la capital.


En la empresa tenemos un Economato, donde se pueden comprar alimentos y otras cosas. Puede pagarse al contado o lo cargan a la nómina  y lo descuentan en la paga de la 2ª quincena (se cobra quincenalmente). El 99% del personal local tiene la mala costumbre de gastar más de lo que cobra, sea cual sea su sueldo. Al llegar el sábado, los bolsillos están bastante deteriorados y peligra la celebración del fin de semana. Con la viveza que los caracteriza, los caraqueños han inventado un procedimiento para salvar la situación, al que llaman:

EL NEGOCIO CHATO
Es muy sencillo, ya que van al Economato, donde se pueden comprar hasta  tres cartones de cigarrillos americanos, a 15 bolívares el cartón, firmar la factura para su descuento en nómina y, a continuación, visitar los diversos bares y cafeterías próximos (no existían los estancos) para revender, al contado, la mercancía. Generalmente hay que darle un descuento al comprador, si no, no le interesa, pero logran hacerse con dinerito fresco para la pachanga del sábado.


A veces hay que recorrerse toda la zona, porque han pasado antes otros vendedores y el bar ya no quiere aumentar sus existencias de cigarrillos. Ha llegado el momento de incrementar el descuento hasta límites insospechados, como vender el cartón a 8 bolívares. También puede hacerse una transacción similar con botellas de whisky, en vez de tabaco, pero resultan más difíciles de "colocar" que los cigarrillos.


El negocio "chato", agregado a la alimentación y bebidas compradas a crédito en el Economato,  trae como consecuencia el sobre-giro en la paga de la 2ª quincena, es decir, el empleado no cobra nada y le queda un saldo en contra que le descontarán en la próxima paga.

Como persona juiciosa y moderada, yo no tengo ese problema y nunca participé en el "negocio". Tuve que rechazar varias propuestas de compañeros que pretendían que comprara los 3 cartones de tabaco y se los cediera, con la promesa de una devolución futura. Sólo hice una excepción cuando mi propio jefe me hizo la misma petición, aunque me pagó, "religiosamente", a los dos meses.

Cuando nos mudamos a la esquina de Veroes, la empresa aprovechó la oportunidad para cancelar el crédito en el Economato, con lo que terminó, definitivamente, con este improductivo comercio.

miércoles, 15 de febrero de 2012

REENCUENTROS

Los 700 km de Maracaibo a Caracas los sufro a bordo de un autobús de la linea ARC (Aguanta, Resiste y Calla), sumido en una profunda tristeza (lo que hoy llaman depresión).


Mi familia ha alquilado una de esas casas adosadas de la urbanización El Conde y me encuentro con la sorpresa de que también están los abuelitos, los padres de mi padre. Han venido de España hace diez días. Como todos están bien, me largo a mi nuevo trabajo.

Me presento en las oficinas de la Caribbean donde está instalado el departamento de contabilidad Mercado Interno,


Hay una enorme sala con unos 40 empleados y Mr. Maxwell, jefe del departamento, me asigna a la sección A-5, en la que llevan el control de activos. El jefe, Sr. Dacal, es un español de unos 35 años y me sitúa de ayudante de Pepe Rivero, que luego me entero  que es futbolista y jugador de baloncesto del conocido equipo Unión. Al lado de su escritorio hay un archivador de tarjetas, muy popular en las oficinas en aquella época:

Se trataba de un artilugio parecido al de la fotografía. Al sacar la bandeja, aparecían unas tarjetas inclinadas y superpuestas, cada una con la descripción del activo y su ubicación. (¡Lo que había que inventar por no tener un simple PC!).

Rivero me dice que Dacal se marcha y él va a sustituirlo. Yo me encargaré de lo que hacía antes Rivero y que consiste en apuntar los movimientos de los activos en las tarjetas del archivador. Me parece estupendo pues tenía ganas de meter la mano en esos aparatejos tan elegantes.

El trabajo se termina a las 12 y hay que regresar a la una. Según mis cálculos puedo bajar por la esquina de La Torre, cruzar la plaza Bolívar y llegar hasta el edificio de la Universidad, cerca del cual hay un autobús que me deja a dos cuadras (manzanas) de casa, un recorrido a pie de unos 800 metros de nada. Por tanto, me voy a comer a casa donde mi madre, previsora, ya me tiene servida la comida. Como, a velocidad de crucero y logro tomar un autobús que iba saliendo. Hago el camino de vuelta a la oficina, pero llego a la una y siete minutos. Cruzo la oficina disimuladamente y me siento en mi escritorio. Los compañeros están murmurando algo y uno apunta hacia el depacho del jefazo. Dirijo allí la mirada y observo, espantado, a Mr. Maxwell que clava sus ojos de buho en mi persona.


He resuelto hacer lo que otros compañeros: traer la comida de casa y comer en la terraza. Lo malo es que hay un perro, propiedad del vigilante, que tiene muy malas pulgas y no deja subir por la escalera.


Los compañeros utilizan un plan de distracción que separa al can de la escalera, pero hay que jugarse los pantalones. Así que, pocos días después, resuelvo acogerme al "sistema de ayuda para el almuerzo", que consiste en el abono de 2 bolívares por día trabajado.

La mayoría baja a un restaurante económico, en la esquina de la Catedral, en plena plaza Bolívar. Allí nos encontramos varios compañeros de la oficina, entre ellos  "Mesié" Tapieró, un francés, de Casablanca, muy popular por su excelente  humor. Los amigos están intrigados por su costumbre de lavarse las manos antes de orinar, al revés de lo que hacen todos; hasta que un día le preguntan la razón de esa costumbre. "Amigo", contesta, ¿qué es más importante, las manos o el instrumental?".

Entre tanto, las cosas empiezan a enredarse en el país. El 18 de octubre un grupo de militares, respaldados por el partido Acción Democrática (socialistas), da un golpe de estado y echa del poder al presidente constitucional, general Medina Angarita. Cada uno cuenta este episodio según sus tendencias políticas, pero lo que es indiscutible es que Medina Angarita fue elegido democráticamente y que no se puede negar que se trató de un golpe de estado aunque algunos lo llamen "una revolución".

Tampoco puede olvidarse  que, en sus cuatro años de gobierno, Medina Angarita llevó a cabo importantes reformas en el órden económico, social y administrativo: instituyó el seguro social obligatorio, promulgó la ley de impuesto sobre la renta y realizó importantes obras de urbanización en Caracas y otras poblaciones. Su obra de mayor relieve fue la Reforma Petrolera de 1943 (hoy me pregunto si tuvo algo que ver con el golpe de estado) mediante la cual se logró una participación del Estado en el 50% de los beneficios de la industria petrolera y que la refinación del petróleo se hiciera principalmente en Venezuela. Esto último trajo como consecuencia la construcción de la refinería Shell en Punto Fijo y la de la Creole, en Amuay, ambas en la península de Paraguaná y a las que me referiré más adelante.

En la foto que sigue, aparecen los integrantes de la "junta revolucionaria", Rómulo Betancourt, Luis Beltrán Prieto, Gonzalo Barrios y Edmundo Fernández, del partido Acción Democrática, el mayor Carlos Delgado Chalbaud y el capitán Mario Vargas.



La junta convocará elecciones en un plazo corto, al menos éso es lo que promete. Ya veremos.

martes, 14 de febrero de 2012

VUELTA A CARACAS

Estamos en marzo de 1945 y los aliados se han reunido en Yalta para repartirse las Europas y evitar que los alemanes vuelvan a dar el cognazo.


El Roosevelt está pachucho y Churchill lleva una resaca de aquí te espero, por lo que Stalin se queda con la mejor parte. Meses después ha muerto Roosevelt y su sucesor, Truman, ordena el bombardeo atómico de Hiroshima en agosto. Se dice que Truman, que parecía tonto, sin serlo, temía que el avance ruso por Khabarovsk permitiera que los soviéticos se llevaran la gloria de derrotar a los nipones antes que los americanos, por lo que decidió tomar medidas drásticass. Al menos así lo escuché contar en casa a uno de los asiduos visitantes.
En el ámbito local, mi padre se ha hartado de las promesas del director del hospital y ha aceptado un puesto en Caracas como jefe de vendedores de los laboratorios Squibb. Nueva mudanza, esta vez sin mi, por lo que debo trasladar mi residencia a un hostal que queda en la avenida 5 de julio, justo frente a la oficina.


Mi padre me pide que gestione el traslado a Caracas en la compañía, pero no me hace mucha gracia la idea de abandonar Maracaibo. Le digo que así lo haré y me despido de la familia sintiéndome un hombre libre.
Cuando le cuento el asunto a Matilde, se lleva un disgusto y dice que está segura de que me voy a ir.
El pasado domingo me invitaron su madre y dos de sus tías a una finca que tienen en la otra orilla del lago. Gracias a ciertas maniobras de distracción, he logrado estar a solas un momento con ella y, por primera vez, darle un beso. No me ha estallado el corazón porque lo debía tener muy sólido a los 18 años, pero la emoción ha sido inolvidable.

Ese mismo domingo, por la noche, hemos ido al cine a ver "El clavo", la famosa película de Rafael Gil. Gracias a la intriga de su argumento, logramos hacer unas manitas, mientras su madre está embebida en la película. Pocos días después, Matilde me regala un disco que expresa sus sentimientos sobre mi temida marcha a Caracas.




En la sección de Nóminas, el amigo van Beverhoudt se marcha de vacaciones y me ha entregado el control de la Nómina Confidencial. Hay que llevar el asunto con el mayor misterio, no dejando papeles encima del escritorio e incluso tapando lo que se está haciendo si aparece otro empleado. Al término de la jornada de trabajo, se guardan todos los papeles en una caja fuerte  situada al fondo de la oficina y me hace memorizar la combinación, prohibiéndome que la apunte. Hago algunas prácticas hasta que considera que ya estoy listo y se va de vacaciones.


Pasan unos días sin problema, pero una mañana no se abre la maldita caja. Hago varios intentos y me traslado a mi escritorio, para disimular. (He notado ciertas risitas entre los empleados que están cerca de la caja). Coloco unos papeles encima de la mesa, dejo pasar unos minutos y vuelvo a la carga. Hago un par de intentos más, sin éxito, pero al tercero se abre la condenada. En lo futuro no volveré a salir de pachanga con los compañeros del hostal si hay que trabajar al día siguiente.

Por fortuna aún no se han inventado los teléfonos móviles y las conferencias telefónicas son deficientes, por lo que voy dando largas al asunto de hablar de mi traslado. Pero un mes después me avisan en la oficina que Mr. Nelson quiere hablar conmigo. Entrar en el despacho del gran jefazo, para un currante "junior" como yo, resulta todo un espectáculo para el personal. Algún gracioso incluso hace la señal  del dedo índice pasado por el cuello ya que, normalmente, cuando te llaman al despacho del mariscal es porque te van a echar o, como poco, que te han transferido al campo de Casiguas, en la selva donde abundan los indios motilones y donde el personal  tiene que ir armado.



Mr.Nelson me indica que están muy contentos conmigo y que tienen un trabajo para mi en Caracas. Debo presentarme dentro de una semana en las oficinas de la capital.
(Más tarde me entero de que mi padre tiene un conocido del Rotary Club que es director de la Caribbean y que ha dado el empujón para que pueda reunirme con la familia).

Esa noche le he dado la noticia a Matilde y excuso decir cuál ha sido su reacción.  Mantendremos una relación epistolar (*) y viajaré a Maracaibo cada vez que pueda. Un panorama poco prometedor, lo sé.

Me marcho de Maracaibo con tristeza, jurando que volveré pronto.


(*) En 1945 no se había inventado aún éso de los video-chat como, sin duda, sabréis.
 NB Un beso para M. en nuestro 59 a.